La República española se distinguió de la de Weimar y de las demás repúblicas de su tiempo por la ambición y la amplitud de su visión social y política. Sigue siendo una presencia más viva porque sus aspiraciones eran más elevadas que las de las demás repúblicas contemporáneas suyas. En su etapa inicial, la República manifestó también más preocupación que ningún otro régimen contemporáneo por elevar el nivel cultural del pueblo. Eduardo Malefakis

Banderas, patria, legalidad. Un dirigente del PP, partido fundado y refundado por un ex ministro de Franco, decidió deleitarnos con su rigurosa interpretación histórica de la II República. Tras el «Rusia es culpable», de Serrano Suñer, viene «la República fue culpable», del señor Hernando. Está hecho todo un Tucídides este ilustre ciudadano. Y, para redondear su patinazo estrepitoso, parece que también incurrió en divagaciones leguleyas a propósito de la supuesta ilegalidad de la bandera tricolor. Y hay multitud de contestaciones a esto último, sin que se tenga en cuenta lo esencial, y es que el busilis de la bandera tricolor está en su legitimidad, no en su mayor o menor encaje legal dentro de una Constitución en cuyo referéndum no se consultó a la ciudadanía acerca de la forma de Gobierno, que no de Estado.

¡Ay, la bandera! ¡Ay, la patria! ¡Ay, el patriotismo! ¡Ay, la historia! Verá usted, señor Hernando, pertenezco a una generación que nunca olvidará el «todo por la patria» como lema a la entrada de los cuarteles, que nunca olvidará las gafas oscuras y el bigotillo de los que declaraban profesar infinito amor a la patria. Bandera cuartelera, bandera de los estancos, la misma que algunos ponían en miniatura en los monederos y en las pulseras de los relojes. Bandera que, como ciertos dogmas, era un arma arrojadiza al disidente y al diferente.

Permítame que le diga, señor Hernando, que me importa más bien poco que la bandera tricolor sea o no legal, puesto que de su legitimidad histórica cabe albergar pocas dudas. Mire, cuando se liberó París en agosto de 1944, tuvo una presencia nada baladí esa bandera tricolor que representaba a un Estado, entonces peregrino, que le había plantado cara al fascismo y al nazismo. Y que, antes de que le declarasen la guerra, se propuso la modernización de España principalmente sobre la base de la culturización de un país que sufría un enorme atraso en todos los órdenes, atraso atribuible a aquella España eterna marcada por exclusiones y represiones, por fanatismos y reaccionarismos.

Son ustedes los primeros que abogan por olvidar la historia, incluso la más reciente, pero, cuando se pronuncian sobre ella, parecen no tener empacho en atacar al único Estado no lampedusiano de nuestra historia contemporánea, al tiempo que se muestran comprensivos y magnánimos con una de las dictaduras más largas del siglo XX, es decir, con el franquismo. ¿No va siendo hora ya, señor Hernando, de que su partido se replantee si es de recibo no cuestionar el franquismo?

Y, en otro orden de cosas, me cuesta entender la preocupación que manifiestan muchas gentes que se dicen de izquierdas acerca de si es o no legal la bandera tricolor en esta España de la II Restauración borbónica. También la izquierda de siglas tiene mucho que preguntarse al respecto, empezando por su aceptación no sólo de la Monarquía, sino también de la prohibición que sufrieron los partidos republicanos en las elecciones del 77. Conviene no olvidar que pudieron concurrir a las urnas las formaciones políticas que estaban a la izquierda del PCE, pero no las propiamente republicanas. Y, en segundo lugar, alguien tendría que preguntarse si es compatible asumir el legado del republicanismo y, al mismo tiempo, actuar como un partido dinástico, tal y como viene haciendo el PSOE. Y, en tercer lugar, a más de uno convendría recordarle que una cosa es la bandera tricolor y otra muy distinta la hoz y el martillo.

Por último, en esta España del duopolio partidista y sindical, en esta España en la que sigue presente en el callejero no pequeña parte de las viejas glorias del franquismo, la bandera tricolor es también antisistema cuando flamea en manifestaciones públicas, cuando la portan jóvenes a quienes se los dejó sin sitio y sin futuro. Es la España inconformista, tan saltarina como el legendario himno de Riego, que a veces se cuela en retransmisiones deportivas que tienen lugar muy lejos de las fronteras patrias. Es la España que oxigena la vida pública que, hoy como hace cien años, hiede y agoniza.

Legitimidad tricolor, la de aquella España errante y reprimida, exiliada, con su saber a cuestas, tan ligera de equipaje que cabía en el papel en el que Machado escribió sus últimos versos.

Tanta legitimidad puede y debe prescindir de peroratas leguleyas, no sólo del señor Hernando, también el señor Bono se pronunció al respecto en su momento. Tanta legitimidad no necesita del amparo legal de canovistas y sagastinos en versión posmoderna.