Primero vivir y después filosofar, predica el conocido aforismo latino. Pero no es sí. Una vida no es significativa al margen del conocimiento, y conocer es pensar. Acabo de escuchar a Ángel Gabilondo, catedrático de Metafísica, ex rector de la Universidad Autónoma de Madrid y ex ministro de Educación y Cultura, una conferencia capaz de inspirar cambios históricos, no ya en las políticas educativas -que también, si nacieran exentas de ideología- sino en la noción misma del conocer implicado y profundo como condición sine qua non de todo gesto educacional. A mi ver, el discurso de Gabilondo reviste una importancia cardinal por la diversidad y el alcance de las muchas las ideas desarrolladas a la doble luz de una vasta cultura humanística y de un criterio muy profesional sobre la realidad objetiva.

En el coloquio quedó planteada, entre otros temas, la eliminación de la asignatura de Filosofía en la Enseñanza Secundaria, algo injustificable desde todos los puntos de vista. Quizás se trata de una disciplina no siempre bien enfocada, y tal vez no todos los docentes tengan el nivel idóneo de implicación. Pero esos posibles defectos merecen corrección y perfeccionamiento, nunca eliminación. A despecho de los planes educativos, que con frecuencia la desnaturalizan, la segunda enseñanza ha de ser el campo de prueba de todas las formas del conocimiento, una oportunidad no especializada pero suficiente de contacto con las manifestaciones del saber y del legado cultural acumulado a lo largo de la historia. En otras palabras, el despertar incentivado a cualesquiera estímulos de la función inquiridora y crítica de la inteligencia. Las carreras universitarias serán después, para quienes las sigan, la etapa de especialización, tanto más asequible y productiva cuanto mejor sea el nivel del pensar y más justa la libertad de elegir. La filosofía es, etimológica y originalmente, amor al saber; después, si se quiere, puede ser cultura de los sistemas históricos y de la sustancia noética de todo cuanto vive y pulsa en el interior de las conductas. Quienes tuvimos la inmensa suerte de encontrar en el bachiller un profesor adecuado, sabemos bien lo que esto significa a lo largo de la vida.

El profesor Gabilondo ratificó la necesidad fundamental de la asignatura filosófica en el bachillerato, obviamente con argumentos mucho más ricos y profesionales. Y quedó entonces en los que escuchábamos el sentimiento de pérdida y orfandad inducido por la hipótesis de que esa ocasión de apertura del espíritu en la adolescencia pueda desaparecer del sistema educativo, que es tanto como eliminarla para el resto de la vida. La ley de educación que se debate en las cámaras, sin pactos ni acuerdos que mejoren su "mejora" enunciativa, es aterradoramente peligrosa. Escuchando a Gabilondo y midiéndolo con Wert, agobia constatar lo que los jóvenes españoles están perdiendo. "El conocimiento y la salud social: Mientras todavía es posible", fue el título de la disertación ofrecida en Gran Canaria. Esa "posibilidad", parafraseada de Marco Aurelio, es exactamente lo que están cerrando.