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Lo que nos une a Cataluña

Cuando, hace siglo y medio, el diputado asturiano Negrete medió entre catalanes y castellanos

La llamada cuestión catalana se conlleva de la forma más negativa posible, sólo se habla de los agravios y de los rasgos desfavorables para la buena convivencia en el futuro entre una parte del antiguo reino de Aragón y el resto de España. La gente se pregunta si no habría más fuga de dinero negro en el caso Palau que en el caso Bárcenas, en los ERES andaluces, en la CAM valenciana o en el caso Urdangarín. A cada imputado se le llama presunto, que en portugués quiere decir jamón, es decir, se da por supuesto que los protagonistas de estos affaires gozan de una calidad de vida óptima. Lo que la gente considera seguro, no presunto, es que ninguno de los encausados va a devolver el dinero que se apropió indebidamente. Los más radicalizados en este conflicto indagan acerca de las marcas de cava castellanas, de la Rioja o extremeñas, como alternativa a las marcas catalanas. Incluso el ministro Wert, que tiene el don de la inoportunidad, amenaza con españolizar Cataluña. ¿No mantenemos que Cataluña ya es española? Pues defendamos la cultura catalana en su integridad, también los grandes escritores catalanes en español, también la obra completa de escritores bilingües, como Josep Pla.

Pero, sobre todo, debemos subrayar la benéfica influencia de Cataluña sobre el resto de España en un aspecto fundamental de nuestra historia contemporánea, en el ejemplo de la apuesta por la industrialización de las "perseverantes, inteligentes y activas provincias catalanas", como señaló el político asturiano Fernández Negrete en el Congreso de los Diputados, con motivo de la discusión de los presupuestos del gobierno Istúriz, el 6 de marzo de 1858. Y, aunque el político tinetense representaba el distrito de Llerena -Badajoz-, y, por tanto, defendía los intereses de la clase terrateniente pacense, desde el grupo moderado conoce bien el proceso industrializador de Asturias que, a mediados del siglo XIX, cuenta con el ferrocarril de Langreo, con sendos altos hornos en Langreo y Mieres, con las fábricas de armas de Trubia y Oviedo, con una producción de hulla que alcanzará las 200.000 toneladas en 1860, etc. Por eso, Negrete tiene una actuación mediadora entre los diputados catalanes, defensores a ultranza de la industrialización, y los diputados del centro y sur de España, que defienden un futuro de la agricultura basado en la tracción animal. "Eso que se dice con tanta facilidad, que nosotros debemos reducirnos a ser una nación exclusivamente agricultora, porque tendremos la seguridad de encontrar salidas provechosas a nuestros sobrantes en los mercados de los pueblos industriales extranjeros. ¡Ah, señores! Este es un error funestísimo, que es preciso arrancar de cuajo, si no queremos cavar la huesa donde sepultemos la nacionalidad española". Es decir, Fernández Negrete discrepa radicalmente de la posición de los terratenientes agrícolas que detestan el menor atisbo de industrialización. "No seremos nunca una nación poderosamente agrícola mientras no seamos una nación poderosamente industrial". El político asturiano condena que se haya acabado con industrias incipientes en Toledo, Segovia, Sevilla, Granada, "y de otras veinte ciudades más", porque gobiernos imprevisores las pusieron a prueba "con cargas onerosas o con rivalidades insensatas", ya que "la industria y el comercio, que como las aves que emigran son cosmopolitas, huyeron a otras tierras y se llevaron sus capitales y su inteligencia a países que supieron halagarlos".

Negrete no quiere que esto mismo suceda en Cataluña: "Yo deseo vivísimamente que esa pequeña industria se conserve, aunque esté en la agonía por la insensata persecución que se le hace en nuestras provincias catalanas; en esas perseverantes, inteligentes y activas provincias, honor y prez de la nación española". El diputado por Llerena (Badajoz), dueño él mismo de una extensa finca en Montemolín, que está a punto de formar parte del Gobierno Largo de la Unión Liberal de O'Donnell (1858-1863), con el también asturiano Posada Herrera, se identifica plenamente con el espíritu industrial de los diputados catalanes. "Decía, señores, que deseaba vivísimamente, con todas las veras de mi corazón, que esa industria que existe todavía en Cataluña, lejos de ahogarla allí, se extienda a todas las provincias de la Península".

Pero Negrete tendrá, también, palabras de reconvención para los diputados catalanes, que se quejan de que "hay rivalidad contra Cataluña", y aclara: ""No, aquí no hay rivalidad con nadie; aquí todos somos españoles; aquí todos tenemos los mismos derechos y deberes; aquí todos somos españoles, todos somos hermanos".

Si España debe un reconocimiento a Cataluña por la iniciativa y el ejemplo de la industrialización, Asturias tiene una deuda impagable por la acogida del Centro Asturiano de Barcelona y de las instituciones catalanas a cerca de sesenta mil refugiados políticos asturianos que llegaron allí en torno a octubre de 1937, con la caída de Asturias en la Guerra Civil.

Además, Asturias está unida a Cataluña, entre otros muchos personajes, por tres excepcionales: el Dr. Casal, de Gerona, que, en el siglo XVIII, curaba en Oviedo, desde el señor Obispo a los ovetenses más humildes; Dionisio de la Huerta, nacido en Barcelona, que nos dejó la más hermosa fiesta de Asturias, el Descenso del Sella; y Quini, comparable a los más grandes delanteros que tuvo el Barça. Por otra parte, un periodista barcelonés, el director de la revista "Destino", Néstor Luján, expresó como nadie las aportaciones del Principado a la cultura: "Asturias ha dado al mundo tres cosas arcaicas y divinamente misteriosas: sus iglesias prerrománicas, el bable y su cocina sin par, que se relaciona con la de Bretaña y Lombardía".

Subrayando lo que nos une, más que lo que nos separa, ¿podremos llegar sin disgregarnos a una Unión Europea de los pueblos, donde tengan un lugar atopadizo todas las tradiciones culturales del viejo mundo?

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