Opinión
Silverio Sánchez Corredera
Parábola de la historia de la España contemporánea
Reflexión sobre la novela "Nuestros hijos volarán con el siglo", de Juan Pedro Aparicio
Al protagonista de "Nuestros hijos volarán con el siglo" lo identificamos inmediatamente. Si no fuera así estaríamos seguramente ante una grave miopía para reconocer la historia de España de los dos últimos siglos.
El moribundo más famoso de Puerto de Vega dedica uno de sus últimos deseos a una joven pareja de enamorados, compañeros durante aquellos ocho días de tormenta que lo llevaron desde Gijón a la muerte: "Que vuestros hijos vuelen con el siglo", y ayudado de esta noble aspiración el autor de la novela, Juan Pedro Aparicio, acierta a dar el título a las trescientas páginas de su historia.
Una generación venidera será más libre e instruida, era este uno de los principios que al despuntar el siglo XIX bullía en los corazones ilustrados y liberales.
Ya que se trata de una novela histórica, ¿suceden verdaderamente los acontecimientos narrados o no? En un altísimo porcentaje, sí, pero ¿qué pasa con esos otros hilos de ficción que atraviesan el relato? Pero ¿de qué nos inquietamos?, ¿del textual encuadre de personajes y pensamientos o de la esencia del asunto?: que unos jóvenes se enamoraban perdidamente y que soñaban con que en un futuro por venir sus hijos ya no se arrastrarían en medio de supersticiones, calados de absolutismo y castrados de instrucción. ¿Sucedió de verdad que este fue uno de los más profundos y constantes pensamientos de quien a la par sufría por aquella "nación sin cabeza" que era España? Pues, sí, sin ningún lugar a dudas sucedió de verdad, aunque la escena novelada de los enamorados sea inventada; sucedió mil veces.
Juan Pedro Aparicio se mueve con profundidad y acierto en esa frontera entre lo verdadero y lo verosímil en la que se sitúan las novelas históricas. ¡Nada menos que centrada en un personaje del que todavía queda aún tanto por escribir! Son ya muchísimas las recreaciones biográficas, pero no se tiene la impresión de lo manido, sino del despliegue de matices, que, ¿alguien lo desconoce?, no tienen fin.
Tanto como de rememorar una historia personal se trata de que fluya una parábola silenciosa: la historia de España; tareas que el novelista acomete entreverando tres distintos niveles de realidad en una obra cohesionada.
Primero. Se nos cuenta el viaje de ocho días hacia la muerte a través de una tormenta en aquel noviembre de 1811, mientras a la vez la deriva turbulenta de España va desde su azaroso presente hacia un siglo XIX que sueña libertades, pero atrapada en un régimen cuyas sombras amenazan con alargarse. Todos los pasajeros y tripulación del quechemarín "Volante" han quedado prisioneros entre el estrellarse en las rocas y el abismarse en las profundidades del mar, y con tal de alcanzar un puerto todas las calamidades quedarán asumidas: el lugar hediondo, las insidiosas pesadillas y el reducido espacio atestado, donde conviven las tres Españas. Es la parábola de las vidas paralelas.
Segundo. Junto a esta primera inmediata realidad, el protagonista rememora a jirones escenas de su vida y con ligeras pinceladas y a veces en conversación más densa esboza sus experiencias con lord y lady Holland, sus grandes amigos ingleses, quizá pronto sus protectores en esta guerra cruel que le hostiga sin descanso, y también con Godoy, Cabarrús, Olavide... y la ley agraria proyectada y el truncado Ministerio de Gracia y Justicia y el Instituto Asturiano en ciernes y las demás reformas necesarias para bracear sin hundirse en aquellas aguas tormentosas: sobre todo, la nueva Constitución española. La selección de escenas nos muestra bien el perfil combativo de su vida y algunas principales crestas de sus ideas, singularmente las de carácter político, moral y religioso. Difícil es entrar y acertar en temas tan opinables y controvertidos. Pero, a mi modo de ver, Aparicio delinea con buen tiento las auténticas ideas de nuestro preclaro antecesor. Es la parábola del curso de la historia.
El tercer nivel de construcción convive entre las dos realidades anteriores y una hipótesis amorosa. Ramona, una jovencita leonesa con la que hace más de una década algo había "sentido" nuestro protagonista, es ahora el objetivo principal de su viaje en este tormentoso mar. Se trata de una línea de acción amorosa con un grado de verosimilitud débil, no del todo improbable, eso sí. Ahora, bien, el resultado obtenido es ciertamente muy real. Nos muestra con rigor el "yo dividido" de nuestro ilustrado liberal, en el que realmente sin duda anduvo: entre sus sueños reformistas y la cruda realidad, entre el deber exigente impuesto por sus ideas y el darse una existencia algo más remansada, entre una insaciable sensibilidad para la belleza y las frecuentes renuncias a tantos placeres, entre el calor de los abrazos y la ficción amorosa de una posibilidad ya ida.
La tesis de la novela bien podría ser esta: habiendo vivido desdoblado por la propia escisión de España, el sentido de su vida fue mantener cohesionadas ambas partes dramáticamente dislocadas. Por eso, el amor puede aquí imprimir fuerzas a este viaje, amor real y presente o truncado y pasado, a estas alturas da lo mismo, porque el amor viene en él a reunirse con el resto de los impulsos formando uno definitivo: el sentido de una vida que puja por ser buena... La parábola estética: la de la fuerza y del sentido.
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