Hoy día, con todos estos enredos de los hallazgos técnicos que disfrutamos o padecemos, ya no existe más que la realidad virtual, aquella que ofrece simplemente sensación de realidad.

Cosas leo que parecen proceder de orates con una mente en avanzado estado de decadencia. Así, por ejemplo, hay un metomentodo que está trabajando en la creación de un agente virtual individual al que le podremos poner voz, cuerpo y personalidad y que vivirá en una especie de joya diminuta que en español se llamará smartwatch. Gracias a este artilugio diabólico será innecesario que perdamos el tiempo planeando nuestro próximo viaje de vacaciones porque para eso estará el agente individual quien nos seleccionará el lugar en función de nuestro perfil, de nuestras aficiones y de nuestras manías. Todo lo que tenía de grato dedicar una tarde a buscar folletos de ofertas, consultar con amigos intrépidos, leer algún libro de viajes u otra recreación parecida ya carecerá de sentido porque el agente virtual, como cotilla insufrible, nos dirá: usted me va a seguir en agosto las huellas de Drácula en Rumanía, o me va a ver las cataratas del Niágara, que ya es hora, o me va a cazar un león por un territorio de infieles de tez bruna que yo le voy a indicar.

El apogeo se halla en la tecnología "háptica". Inútil buscar el hallazgo en el Diccionario. Pero sépase que está basada nada menos que en la retroalimentación táctil (algo bien sencillo). Con ella podremos sentir sensaciones propias de lugares remotos al tiempo que estamos preparando la cena o sacando al perro a evacuar. Tal, verbigracia, será fácil convocar al calorcito lisonjero del Caribe o a la humedad opulenta de un fiordo noruego sin más que pedírselo a nuestro agente virtual, mago modernizado que ha viajado hasta nosotros desde la fábula entrañable de la lámpara de Aladino que leímos en aquellas inagotables mil y una noches.

Y mientras tanto, ante esta realidad virtual que llama a nuestras puertas ¿qué dice la verdadera realidad, la de toda la vida? ¿prepara alguna venganza cruel? ¿trama un desagravio a la altura de los grandes desagravios de la historia? ¿se mesa sus cabellos reales en gesto de desesperanza irremediable? ¿o se aquieta y abandona la lucha convencida de que le ganará la partida la realidad virtual con su copete esquivo y tramposo?

Puedo contestar a estas preguntas porque yo he hablado con la realidad. Nos hemos visto en un parque real, junto a árboles reales y sentados en un banco de piedra cerca del cual trinaba un pajarito real. Allí me ha explicado que su edad es avanzada, que lleva -me dijo con un hilo de voz- en el mundo desde que el mundo es mundo, que tiene achaques y con ellos falta de fuerzas y de energía. En fin, ha acabado confesándome su impotencia y con melancolía quijotesca ha añadido: "en los nidos de antaño, señor Sosa, no hay pájaros hogaño". Por contra, la realidad virtual "es joven, impetuosa, fogosa y valiente" y "aunque sospecho que está bien rellenita de mentiras dejo al mundo con ellas porque esas mentiras son la columna vertebral del mundo que yo abandono".

Unas lágrimas bien reales me recorrieron las mejillas pero tuve la suficiente presencia de ánimo para ponerme en pie y despedir a la realidad que se alejaba renqueando y en alarma de artrosis. No muy lejos pasaba la virtual a toda velocidad, interactuando en un sistema inteligente de reconocimiento y mostrando mil opciones con un gadget wearable.