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En recuerdo de Sara Suárez Solís

Quince años después del fallecimiento de la escritora, profesora y abnegada impulsora de la causa feminista

El quince de mayo del 2000, en el Centro Médico de Oviedo fallecía Sara Suárez Solís, la abnegada impulsora de la causa feminista tanto a través de sus artículos semanales en la prensa como mediante conferencias o las seis novelas de su autoría, dos de ellas premiadas y muy elogiadas por los críticos. Cuando Emilio Alarcos se ofreció para presentar "Retablo de paseantes", destacó de la obra tanto los valores formales como de contenido. La última novela de Sara, "Sonata para doce manos", fue alabada por doña Carmen Bobes, catedrática de Literatura de la Universidad de Oviedo y especialista en formas literarias. Bobes colmó de elogios la estructura de la novela, su lenguaje, los diálogos y, sobre todo, el desenlace concebido como una conversación de salón entre casi una docena de personas, una especie de debate magistralmente desarrollado que, según su juicio, situaba a Sara Suárez a la altura de los mejores novelistas de los últimos tiempos. En cambio, la catedrática la criticó severamente por lo que entendía como parcialidad ideológica, puesto que, según ella, los pretendidos buenos de la novela eran de izquierdas y los reprobables, católicos y de derechas. Sara le contestó en el mismo acto defendiendo el realismo de los personajes. En aquellos tiempos, la misoginia no caracterizaba al pensamiento progresista sino al conservador, muy influido por las religiones, y la de reflejar la realidad social es una aspiración legítima para la narrativa.

Durante toda su vida Sara fue políticamente independiente. Tras una intervención en un mitin, Alfonso Guerra le reprochó: " No es independiente, usted es socialista". Sin embargo, que las convicciones personales de la escritora se solaparan con el ideario de un partido político sólo resultaba de una coincidencia que Sara nunca había querido convertir en un compromiso y menos aún, en una sumisión.

Así pensaba Sara, incomprendida por el mundo intelectual de su época y del presente, ya que, sin duda, fue la inteligente defensa de los derechos de la mujer y el esfuerzo por denunciar el "techo de cristal" que le dificultaba a la mujer actuar en la sociedad al par del varón lo que causó que hasta ahora -y ya pasaron quince años de su muerte- no apareciera, por parte de profesionales de la crítica literaria, ni un solo trabajo analítico sobre la obra de Sara, no menos meritoria que la de Dolores Medio -abordada por Carmen Ruiz-Tilve en una brillante tesis que le valió el doctorado-. Quizás haya que esperar hasta que se produzca el cambio generacional en la Universidad de Oviedo, porque hay un trabajo, único e inédito, que yo sepa, sobre una novela de Sara, que se debe a una joven estudiante de bachillerato, Sheila Fernández Martínez, quien redactó un análisis de "Retablo de paseantes", en catorce folios más dos apéndices y bibliografía, titulado "La sociedad en un microespacio. Acercamiento a una novela de Sara Suárez Solís", un trabajo que duerme en los archivos del Real Instituto Jovellanos de Enseñanza Media. Me permito suponer que este estudio, si no ha sido inspirado por el catedrático de Literatura de este centro, don Francisco Álvarez Velasco, alguno de cuyos textos figura en la bibliografía, se vio al menos influido por él.

El hecho que todas las personas que conocieron a Sara, incluidos sus ex alumnos, tengan un cálido recuerdo de ella se debe, sin duda, a que predicaba la inteligencia, la libertad y la dignidad del hombre en sus clases de Lengua y Literatura. La evoca un hermoso artículo de don Julio Puente, director de la edición gijonesa de LA NUEVA ESPAÑA, publicado el 14 de mayo de este año en relación con la presentación de un libro mío y que termina con estas palabras: "Tadeusz escribe desde décadas [?] artículos en este periódico, al que llegó de la mano de la que fue su esposa, la inolvidable maestra de tantas generaciones Sara Suárez Solís. Formaron un matrimonio ejemplar en el que cada parte cumplía una misión. Sara se fue en medio del dolor de discípulos, compañeros y ciudadanos, pero Tadeusz sigue al pie del cañón?". En este lugar le doy las más sentidas gracias a don Julio por estas palabras.

La ley natural implica que todos partimos de este mundo, unos antes otros después, pero dejamos tras de nosotros la estela de nuestras vidas y nuestra obras, y las de Sara merecen ser recordadas. Dejó escrita su versión íntima de su última voluntad en un sobre que rotuló: para Tadeusz después de mi muerte. Allí había anotado cómo quería que fuera su esquela: "sin ningún símbolo ni alusión religiosa". También pidió que no hubiera ni funeral ni velatorio, pero sí agregaba el ruego de que "no me olvidéis".

Es imposible que los que la conocimos la olvidemos y, para que quede constancia de nuestro afecto aún después de nosotros, el Ayuntamiento de Oviedo dio el nombre de Sara a una biblioteca pública, mientras que el de Gijón hizo lo propio con una hermosa plaza, además de otros detalles cuya enumeración excede el espacio de esta nota -excepto por la mención del colectivo feminista Les Comadres, que se comprometió a administrar el legado intelectual de Sara tras mi muerte, sobre todo los manuscritos que, a mi juicio, han de quedar en Gijón.

La muerte siempre es un acontecimiento triste, pero el recuerdo no lo es, sobre todo el de una persona dotada de un gran sentido de humor, que irradiaba nobleza y amor a la verdad.

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