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El cormorán

Suspiros de Oviedo

Sólo ha pasado una semana desde la jornada de las urnas del 24 de mayo y ya experimentamos cierto cansancio. Más que nada porque aún faltan quince días para que se constituyan los ayuntamientos, es decir, otras dos semanas de idas y venidas de los partidos políticos, de subidas y bajadas en el balcón, de toqueteos, de cortejo empalagoso, y por ahí seguido. Nada ha cambiado y el tiempo que les dan a las formaciones es excesivo. Juegan a la gran política y repiten sus pequeñas consignas. Además, el barullo es tan intenso como durante la campaña: todos aman y desean lo mejor para el pueblo soberano, pero ya no recordamos qué pretendían concretamente. Ahora bien, en materia de revoltijo y excitación hay ciudades más agraciadas, como Oviedo, donde las madres peinan a sus hijos por la mañana y suspiran; donde los melómanos acarician el último libreto de la temporada de ópera y dejan perdida la mirada en las camelias del salón; donde los monárquicos pasean ante el hotel de la Reconquista y se emocionan al ver un pavo real huido del Campo San Francisco. Ahora mismo, la gran novela que tal vez relate un cambio de época se está escribiendo en Vetusta.

En cuanto a Gijón, todo se lo dio la izquierda y, según han dicho, las fuerzas nuevas quieren darle más. Cuando decimos que todo se lo ha dado la izquierda nos referimos a que el alcalde Álvares Areces se inflaba como un pavo cuando decían de él que era el Jovellanos del siglo XX, aunque le disputaba el aura Álvarez-Cascos, que también arrimaba algunas cosas a la villa. Por cierto, el interventor González Salas, que ahora se jubila, acaba de recordar en este periódico la continuada afluencia, durante años, de fondos europeos a Gijón, lo cual explica muchas de sus transformaciones beneficiosas. Queremos indicar con ello que Areces era un gran vendedor de motos, pero a la hora de la verdad tenía un sentido práctico e instrumental que al final era lo que contaba. Sin embargo, nos restan días y días de palabrería, más los suspiros de Oviedo.

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