Desconocemos aún quién ocupará el principal sillón municipal el 13 de junio, qué alianzas se tejerán y hasta dónde estarán dispuestos a ceder los que prestarán su voto a la investidura de un nuevo alcalde o alcaldesa. Se acabaron los chismes de pasillo, han comenzado las negociaciones en serio pero están aún lejanas las posiciones definitivas de cada cual: aún tiene que haber muchas idas y venidas de la burra al trigo. Pero hay un asunto que exigirá, cuando se conforme la Corporación venidera, la mayor unanimidad posible de los seis grupos con representación plenaria: el plan general de urbanismo. Ese partido pendiente de disputar exige capacidad de diálogo y consenso, mano izquierda y mano derecha, talante negociador y fijación exclusiva en el bien común. El urbanismo es a nivel municipal como la sanidad o la educación deberían ser a nivel estatal: asuntos de la máxima conformidad y anuencia, no sometidos a guerras de banderías ni a absurdos vaivenes.