La seguridad se presta en ocasiones a más de una inquietante paradoja. En Edimburgo, ciudad de leyendas poblada por fantasmas, la policía protagonizó no hace todavía mucho una incursión algo irreal en la casa de un vecino cuando éste y su familia se encontraban fuera.
Los agentes, al parecer, estaban convencidos de que la vivienda la habitaba un peligroso delincuente buscado por la justicia. Pero después de derribar la puerta se percataron de que se habían equivocado con la dirección. Por las mismas, dejaron una nota escrita disculpándose, encima de la mesa del comedor.
El vecino echó mano de la proverbial flema británica y comentó: "Parecía una comedia del cine de los años veinte". Resignado, lamentó también no encontrarse en casa para evitar, no ya el susto, sino que le tirasen abajo la puerta. Como quiera que les llevó cuatro horas destrozarla, el hombre después, de cometido el error, sugirió a los policías que, la próxima vez que buscasen diversión en Edimburgo, visitaran antes el Castillo, que es la mayor atracción turística de Escocia.
Leyendo esta noticia, no sé por qué razón, me acordé de José Luis Corcuera, que nadie se atreve a rescatar del olvido por si acaso. Para los que hayan llegado tarde, el socialista Corcuera ocupó la cartera de Interior entre 1988 y 1993, sustituyendo a José Luis Barrionuevo, que acabaría en la sombra. Fue el artífice de la tristemente famosa ley de protección de seguridad ciudadana, tambien conocida por "ley de la patada en la puerta" y "ley Corcuera", que permitía la entrada y registro en domicilios sin autorización del juez, para perseguir delitos de narcotráfico. Duramente criticada y en medio de una gran alarma social, el Constitucional se encargó de anularla y de que, una vez en el recuerdo, resultase menos tristemente famosa de lo que hubiera podido ser.
Sin cautelas, lo de Edimburgo habría sido seguramente en comparación un asunto menor.
