Javier Fernández ha prometido más Estado del Bienestar frente a la tertulieta y el postureo. La tertulieta y el postureo pertenecen, en cambio, a ese estado de exaltación nacional que se llama populismo y que se plasma en la llamada nueva política. No hay en él nada que pueda considerarse nuevo pero sin embargo se adapta oportunamente a los tiempos con diferentes disfraces.
El populismo es una máquina de atrapar incautos. A Grecia la ha llevado a la ruina y aquí se cierne como una amenaza palpable. En todas sus versiones, la estratagema sigue funcionando como un imán pese a sus terroríficos resultados. Traer sus casos a colación, aunque solo fuera de forma enunciativa y ciñéndose a los ejemplos más cercanos, sería remontarse a la historia más negra del pasado siglo en Europa.
A los que habitualmente se dejan engatusar por los cantos de sirena se suma ahora una legión de desencantados que buscan fórmulas para suplir el desapego hacia los partidos de siempre. Para ser político y hacerse un hueco en la farfolla populachera no hace falta gran cosa, basta con emplear los ardides más sucios, mentir o invocar arteramente los sentimientos confundidos o castigados. Por decirlo de otra manera, apelar al sentimiento y alejarse del derecho.
Los populistas suelen contradecirse una y otra vez; se han escudado tanto en una cosa y la contraria que les resulta imposible circular por la política con cierta coherencia y honradez. Pero, así y todo, siguen pescando descontentos para devolvernos intolerancia y aún más frustración.
Al candidato socialista, alejado de las corrientes más perniciosas de su partido, lo tachan de antiguo por no sumarse al pelotón demagogo de retórica grandilocuente y vaga, la especie de moda. Sin embargo es cierto lo que ha dicho: mantener, ya no digo ampliar, la calidad en los servicios es el mejor rescate ciudadano posible, si es que rescate ciudadano significa algo más que un par de palabras huecas.
