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Cambios climáticos

Relación de causas que pueden influir en el incremento de las temperaturas

Posiblemente recordarán ustedes al senador norteamericano Al Gore, que ya hace años nos asustó primero y aburrió después con el cambio climático y, más concretamente, con el calentamiento. Lo peor es que dejó secuelas de interesada inquietud. Este asunto, como todos, hay que estudiarlo serena y cuidadosamente, porque en la historia de la Tierra, que se remonta a 4.500 millones de años o "crons" (cr.), hubo infinidad de profundas y prolongadas variaciones climáticas; y, por supuesto, más ligeras y breves las hay toda las semanas.

Climas cálidos: Finales del Cámbrico (hace 505 cr.); finales del Silúrico (400 cr.); fin del Devónico (360 cr.); mediados del Triásico (220 cr.), muy especialmente duradera; y mediados del Cretácico (125 cr.), que se continuó hasta principios del Terciario.

Climas fríos: final del Ordovícico (438 cr.); finales del Carbonífero (286 cr.); y, por supuesto, las cuatro conocidas glaciaciones del Cuaternario: Gunz, Mindel, Riss y Würm, acontecidas en los últimos dos millones de años (2 cr.), con los correspondientes interglaciares más suaves: G-M, M-R, R-W, y postwürmiense (PW), en el que nos encontramos. Los cuatro periodos glaciares cuaternarios duraron, aproximadamente, 100.000 años cada uno, y los interglaciares, sólo 10.000. Los paleoclimatólogos opinan mayoritariamente que la próxima época glacial está a menos de 1.000 años.

Seguramente habrán oído hablar también de un "óptimo climático" entre los años 950 y 1.200 d. C., que según historiadores daneses y suecos propició las correrías de los vikingos por toda Europa. Otros hablan del "pequeño periodo glacial" que afectó a nuestro mundo entre los siglos XVI y XVII, que permitía patinar sobre las heladas aguas del Támesis, e incluso soportar un elefante sobre el hielo. Hoy nos amenazan con un probable y "terrible" incremento de temperatura de 2º C, debido a los aportes de anhídrido carbónico (CO2) y de metano (CH4) a la atmósfera, por actividades humanas, que no va a ser tan rápido ni tan preocupante, y que resultará incómodo para Arabia Saudí, pero confortable para Siberia y Canadá. Lo que está meridianamente claro es que la acción del hombre no es la causa de "todos" los cambios climáticos, que además presentaron oscilaciones mucho mayores, cuando los humanos no estábamos aún sobre la Tierra. La siguiente cuestión es inevitable: ¿cuáles son pues las "causas" de los cambios climáticos?

Desde luego, se pueden señalar varias: un fuerte incremento de la actividad volcánica en áreas amplias calienta inmediatamente la atmósfera y el suelo, pero después, y durante más tiempo, enfría amplios territorios por el efecto de pantalla a la radiación solar, de una fina capa de ceniza volcánica estabilizada en la estratosfera. Este efecto, se produjo también tras el impacto de un gran meteorito sobre la península de Darién (costas del mar de las Antillas) y provocó la extinción de los dinosaurios. Un fenómeno similar podría ser provocado por una guerra atómica generalizada, que daría lugar a lo que los científicos llamamos "un invierno nuclear". Estamos hablando de causas rápidas y puntuales, pero hay muchas otras que provocarían cambios climáticos. La "deriva de los continentes", demostrada por el geólogo alemán Wegener, separa América de Euráfrica a razón de dos centímetros por año, lo que cambia sensiblemente las coordenadas regionales a través de millones de años, y explicaría hace 280 crons, la proximidad de Asturias y Nueva York, que aparecen casi tocándose en los mapas paleontológicos del Pérmico. La deriva de los continentes motiva hoy la incredulidad de las gentes, y no hace muchas décadas afectaba también a no pocos científicos. La causa está en que áreas de la corteza siálica terrestre, de silicatos alumínicos, (más ligeros) "flota" sobre los silicatos magnéticos del manto (más pesados), como los cubos de hielo flotan sobre el agua o el whisky. Si el "sial" puede desplazarse sobre el "sima", es claro que áreas continentales pueden acercarse o alejarse del ecuador, y cambiar de temperatura a lo largo de los tiempos geológicos.

Otro factor indiscutible de las variaciones térmicas terrestres es la diversa intensidad de la irradiación solar, que también se relaciona con la aparición de las manchas solares, cuyos registros marcan cambios periódicos cada once años. A más manchas solares, mayor calentamiento.

Las variaciones de la excentricidad de nuestra eclíptica son también causa de los cambios de temperatura, con periodicidad próxima a los 90.000 años. Igualmente se dan variaciones sensibles con los cambios de inclinación del eje terrestre, con máximas próximas a los 40.000 años. Los registros objetivos de estos cambios se basan en la relación O-16/O-18, de los isótopos de oxígeno presentes en el agua.

La variabilidad del campo magnético terrestre se relaciona con el ciclo de Milankovitch, y ello queda registrado en la orientación de los minerales magnéticos de las rocas ígneas, antes de su cristalización. La mayor debilidad del campo magnético de nuestro planeta se correlaciona con periodos más fríos.

La agrupación excepcional de planetas a un mismo lado del Sol, y en oposición a la Tierra, se conoce como "sínodo"; tiene lugar cada 180 años y se correlaciona con la menor actividad solar, y climas más fríos en la Tierra.

El traído y llevado "efecto invernadero" consiste en que la radiación de onda más corta (próxima al UV) es penetrante a los vidrios de un invernadero y, tras caldear las plantas y el suelo, es devuelta en una onda más larga, que resulta rebotada al interior del recinto por las placas de cristal que lo limitan, recalentando así el medio interior. El mismo fenómeno se produce en la atmósfera terrestre, operando como filtro las capas de la estratosfera. El fenómeno se acrecienta por la concentración de CO2 en el aire, y se reduce por la actividad fotosintética de los vegetales que disminuye esa concentración.

Las presiones internacionales sobre la limitación de liberación de CO2 por los países en desarrollo se interpretan como una iniciativa para frenar su competitividad industrial, según la autorizada opinión de los economistas más perspicaces, que ven con razonable recelo los impuestos de emisión, y el retorcido mercado de cupos impositivos. EE UU y China, máximos países contaminantes, que propiciaron ese juego, se han resistido a entrar en él.

Por último, hemos de considerar también los efectos moderadores de los océanos, tanto en lo que se refiere a su capacidad de reducción del CO2 disuelto en el agua, que es precipitado en forma de carbonatos, como en la repartición del calor en el agua marina, como consecuencia de las corrientes oceánicas.

Algo debe quedar claro a nuestras distinguidas lectoras. La alusión al próximo periodo glaciar, para justificar la compra de un abrigo de pieles, sólo es buena excusa, si la compra se va a realizar dentro de 1.000 años, que, con un poco de buena voluntad, podríamos dejar en 900.

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