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El socialista Javier Fernández, un político responsable y sensato pero que necesita imprimir más voltaje a su acción de gobierno, acabó por reconocer que el anterior Gobierno regional, el primero que le tocó nombrar como presidente del Principado y que tanto defraudó las expectativas de los asturianos, no había sido el que le hubiera gustado elegir, sino el único posible tras el adelanto electoral y después de recibir numerosas calabazas. En cierta medida este segundo equipo, con el que va a encarar un reto aún mayor, porque su apoyo parlamentario menguó, la realidad social se ha enconado y la economía no despega en Asturias, tiene también mucho de ejecutivo de circunstancias. ¿No se puede aspirar a otra cosa?

Para no estancarse en el inmovilismo ni provocar una revolución, hay en los nombramientos un poco de todo. Sin riesgo, ni osadía, muy al estilo del Presidente. Entre los que repiten, dos políticos señalados claramente como delfines, que no se mueven de la vera del padre: la consejera de Hacienda y Sector Público, Dolores Carcedo, y el consejero de Presidencia y Participación Ciudadana, Guillermo Martínez. Son los principales apoyos de Fernández, su mano derecha e izquierda, y compiten en méritos ante el javierismo en despedida para heredar la candidatura. Es de suponer que surgirán otras alternativas para disputarles la sucesión.

Otras dos consejeras, la de Infraestructuras, Belén Fernández, y la de Medio Rural, María Jesús Álvarez, cubren la cuota de bajo perfil continuista y tecnócrata. La renovación de ambas no deja de constituir una sorpresa, por el nivel de contestación que concitaron en sus respectivos ámbitos. La una, Belén Fernández, en una consejería controvertida, que conoce al dedillo, con gestiones sombrías y pleitos abiertos que pueden salpicarla, sin apenas obra relevante y ahogada por problemas medioambientales, como la incineradora, por los que IU, paradójicamente el aliado de investidura del PSOE, pide su cabeza. La otra, María Jesús Álvarez, incombustible, a la que sus interlocutores agrarios tienen por tan voluntariosa como ineficaz.

Los dos consejeros más zarandeados, los de Sanidad y Educación, los departamentos fuertes del Gobierno, que abarcan un 60% del Presupuesto del Principado, no han resistido, sencillamente porque han defraudado la confianza en ellos depositada. Acosados por los conflictos, la continuidad de Faustino Blanco y Ana González, por mucho que se endulce su defenestración, habría servido en bandeja un caramelo a la oposición. Los relevan dos personas con experiencia en la gestión, dominio de la Administración y políticamente sin antecedentes. A Francisco del Busto, en Sanidad, le corresponde el papel de pacificador. Su declaración de intenciones, "hablar, hablar y después, hablar", no revela otra cosa. Todos los armisticios médicos en Asturias llegaron hasta el presente por la vía de las concesiones, algunas en el Gobierno de Areces, inconcebibles. Genaro Alonso, en Educación y Cultura, académico de la Llingua, representa el guiño a IU, única formación con la que los socialistas parecen predispuestos a mantener un nexo estrecho a lo largo de la legislatura.

Las llegadas de Pilar Varela a Servicios y Derechos Sociales y de Francisco Blanco a Empleo, Industria y Turismo hay que leerlas en clave de consumo interno. Tan llamativo es que a Pilar Varela, muy próxima al escándalo del Niemeyer aunque liberada judicialmente, le recompensen su renuncia a la Alcaldía de Avilés como la brevedad de la apuesta por su predecesora, Graciela Blanco, con cartera ocho meses. ¿Tan mal lo hizo en tan poco tiempo? Francisco Blanco, en fin, pertenece a esa hornada de líderes jóvenes que amamanta el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. Curiosamente quedó en la estacada en el congreso nacional, sin silla en la ejecutiva. Entonces le sacrificó Pedro Sánchez en la componenda que tuvo que urdir para calmar a Javier Fernández, irritado con el entreguismo a la andaluza Susana Díaz. Ahora es el líder asturiano quien le rescata. Las vueltas que dan los partidos.

Es la hora del coraje y la valentía, la ocasión propicia para políticos verdaderos, con convicciones firmes, claridad de mente y capacidad de servicio. Es también el momento de que la sociedad reaccione, se involucre y no aguarde a que por arte de magia quienes llegan al cargo resuelvan lo suyo. Hay que acabar con los discursos antiguos y la llamada permanente de auxilio para que nos rescaten los de fuera.

Los grupos han incumplido el primer mandato que los ciudadanos les trasladaron en las urnas, el de entenderse y responsabilizarse. Ni existen acuerdos ni interés por comprometerse para gobernar, que no consiste en otra cosa que aportar soluciones a los problemas existentes. El consenso en asuntos básicos va a resultar más necesario que nunca si Asturias quiere pintar algo en España y conquistar con sus propios recursos la prosperidad, no devenir en una comunidad terminal, enchufada a las asistencias del Estado. Si los dirigentes, los de la casta y los del adanismo, persisten en sus cuitas partidistas arruinando la región, como se ha visto hasta la fecha, no coincidirán en nada y todo se irá al garete.

¿Adónde vamos, más allá de hacia otro mandato difícil y confiemos en que no improductivo como el anterior con un gobierno que dimitió en el primer año y otro que gobernó cansinamente durante los tres restantes? ¿Qué Asturias tiene en su cabeza este Ejecutivo, cuáles son sus proyectos? ¿Qué le piensan dejar hacer los demás? Todavía no lo sabemos. Lo que cabe esperar de los nuevos consejeros, tras este tardío alumbramiento, con todos los imponderables y condicionantes de su precariedad, es que empiecen a tomar ya decisiones con buen juicio para que los asturianos vivan mejor y la comunidad, de una vez, arranque.