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Ya ni la lotería es segura

El sorteo serbio en el que apareció en pantalla un número premiado antes de que la bola saliese del bombo

Perder la fe en la lotería -última esperanza del pobre- es casi tan grave como que a uno le flaquee la creencia en el Altísimo: y lo primero acaba de suceder allá por tierras de Serbia con la transmisión en directo de un sorteo de la Primitiva en el que uno de los números premiados se publicó en pantalla antes de que la bola saliese del bombo. La autoridad competente ha detenido al bombo en cuestión y está interrogando a la presentadora del programa para averiguar si hubo amaño; pero el mal ya está hecho. Muchos jugadores se preguntarán ahora si la razón de que nunca les toque más allá de un reintegro obedece a las astucias del Estado que organiza estos juegos de azar con notable beneficio para las arcas de Hacienda.

Salvadas las distancias teológicas, esto es como si el Papa aprovechase la bendición dominical en la plaza de San Pedro para anunciar solemnemente a la feligresía que Dios no existe. La conmoción sería universal, aunque no parece previsible que el pontífice Bergoglio lleve su fama de renovador a tales extremos.

Lo que el sorteo de Serbia podría poner en cuestión es la fe que los jugadores depositan en la existencia del azar. Los devotos de Santa Primitiva sabíamos ya que las posibilidades de ser bendecidos por la lotería son infinitesimales; pero nos consolaba el hecho de que aún sean menores las de hacerse rico trabajando. Mientras uno trabaja, pierde un tiempo precioso que podría aprovechar para hacer dinero: y acaso sea esa la razón por la que seguimos cubriendo el boleto.

El dinero y la lotería se basan en la fe de los creyentes, como cualquier otra actividad religiosa. Creemos en lo que no hemos visto, por más que de vez en cuando salga por ahí alguien diciendo que le han tocado 30 millones de euros o que se curó milagrosamente de alguna dolencia tras la pertinente solicitud a la Virgen de Fátima. Así se explica que los españoles invirtamos cada año enormes sumas en tentar al diablo de la suerte que se nos aparece a diario en forma de quinielas, primitivas, bonolotos y otras sutiles formas de recaudación indolora ideadas por Hacienda.

Algunos se maliciaban ya que el Estado maneja a su conveniencia los bombos. Abonaba tal sospecha el hecho de que el Gordo de Navidad tendiese a caer en aquellas tierras afligidas por alguna catástrofe natural durante el año del sorteo. Eso ocurría a menudo en tiempos de Franco, cuando las inundaciones en Valencia eran un augurio casi infalible de que los grandes premios navideños iban a favorecer a ese reino de Levante. Fueron muchos los antifranquistas que por entonces llegaron a la convicción, quizá exagerada, de que el Gobierno amañaba el bombo de la fortuna para utilizarlo a modo de Fondo de Compensación Interterritorial. Aun así, la fe del pueblo en la lotería se mantuvo intacta.

Paradójicamente, ha tenido que ser un extrañísimo suceso ocurrido en la lejana Serbia el que reavive las suspicacias hacia la lotería. Las autoridades debieran aclararlo urgentemente. No vaya a ser que los pobres se queden sin su último consuelo y, perdida ya la fe, les dé por echarse al monte.

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