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Javier Cuervo

Un millón

Javier Cuervo

Las islas de los tesoros

A la evasión fiscal le falta una buena literatura que la ensalce. No la mierda que escriben neoliberales a sueldo, sino novelas de aventuras que te enganchen. La piratería -que robaba la riqueza a la Corona, como la evasión fiscal a los estados- es lo que más se le parece, comparte escenarios y tiene unos patrones traspasables. Ahí están las islas caribeñas sin turbulencias financieras que permiten ser anfibio fiscal ofreciendo doble nacionalidad, baja tributación, paisajes paradisiacos y servicios avanzados, incluida la tolerancia a la pederastia. Los defraudadores y su dinero pueden esquiar en la montaña de Suiza y tomar el sol en la playa de Dominica de vacaciones fiscales para todas las estaciones del año. Antes Suiza era la isla de la Tortuga de Europa y ahora San Cristóbal y Nieves son la Suiza del Caribe. Todo son ventajas, tantas, que no hay quien escriba algo divertido con ellas porque ni siquiera se puede cañonear contra la isla de la Tortuga.

Lo que impide que funcione una literatura de la piratería fiscal es que no hay riesgo. Los piratas eran unos bárbaros ladrones pero, como los salteadores de caminos, exponían la vida. Los defraudadores no exponen nada. Ni siquiera tienen la simpatía popular de los asaltantes de bancos que, de salir vivos, hacían verdad la frase de que "quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón". No hay un agente de Pinkerton o del FBI que se obsesione con atrapar a esa gente porque esos delitos prescriben tan pronto que no da tiempo al cerebro a obsesionarse. No hay riesgo en el contrabando de arte, en la evasión fiscal, en el vaciamiento de bancos desde dentro porque ni exponen la vida ni se enfrentan solos al sistema sino que tienen a su favor grietas legales, los mejores abogados, los grandes medios de comunicación... Así no hay quien haga literatura popular, ni siquiera en estos tiempos en que los asesinos en serie son protagonistas, porque no hay riesgo y, sin riesgo, no hay emoción.

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