La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Joaquín Rábago

Botellón

Los efectos de las reuniones juveniles en lugares públicos para beber hasta altas horas

Paso parte del año en un lugar de la costa andaluza conocido sobre todo por su marisco, su pescado y las espléndidas playas de sus alrededores. Es un lugar frecuentado por un turismo básicamente español al que no parece importar demasiado el deterioro creciente de su casco histórico porque viene a gozar sobre todo de la gastronomía y de los baños.

Una excesiva, por absurda y burocrática, protección de su patrimonio no deja adecuar a las nuevas necesidades ningún edificio, pero permite que se arruinen poco a poco muchos de ellos de indudable valor monumental o histórico.

Pero si hoy he querido hablar de este lugar no es por ese lamentable abandono sino por algo que observo todos los fines de semana en mis paseos matutinos hasta la playa más cercana: los efectos del llamado botellón.

Tienen por costumbre muchos jóvenes reunirse todas las noches de jueves a domingo en el paseo que lleva a la playa y en una amplia explanada en la que aparcan sus coches y sus motos.

Todas las madrugadas, el paisaje que dejan es desolador: centenares de botellas de todos los tamaños y marcas de bebida, latas, restos de comida basura, incontables bolsas de plástico y alguna que otra vomitona.

Pacientemente, los empleados del servicio de limpieza contratado por el Ayuntamiento y pagado por todos los vecinos acuden allí bien temprano para ir recogiendo pacientemente lo que los otros dejaron. He hablado con algunos de esos trabajadores y me cuentan que el botellón está prohibido en ese y otros lugares, pero la Policía Local no hace nada.

Además, muchos jóvenes cogen luego los coches para continuar la juerga en algún lugar que esté abierto a esas horas o simplemente para volver a casa sin que nadie parezca someterlos a un control de alcoholemia.

Y uno se pregunta por qué no se sancionan esas muestras de incivismo, que serían impensables en otras latitudes y que tanto perjudican además la imagen de una localidad que tiene la aspiración de ser un "referente de turismo".

Porque ocurre que esos jóvenes inciviles no se limitan a beber y ensuciarlo luego todo, sino que en muchos casos y en su estado de embriaguez se divierten destruyendo el mobiliario urbano, que luego nadie se preocupa de reparar porque seguramente no hay presupuesto para ello.

No es, sin embargo, por desgracia sólo un problema de botellón o de jóvenes inciviles sino en general de cultura porque leo estos días en la prensa que en la capital de la provincia en cuestión van a celebrarse como todos los años unas barbacoas en la playa con motivo de un trofeo de fútbol. Y las familias volverán a dejar sobre la arena miles de toneladas de basura en el convencimiento de que los servicios de limpieza, que para eso se pagan, ya se encargarán luego de limpiar.

¡Bonito panorama!

Compartir el artículo

stats