Un dulce manto gris ha caído sobre Gijón en el cierre de la Semana Grande, que, a ver, coincide con el cierre de la Feria de Muestras y el de la Feria taurina, dando a la ciudad un aire como de nostalgia de los grandes días que se han ido.
El primer balance, no sólo de esta semana ni siquiera de la primera quincena agosteña, viene dado por las versiones de los hoteleros, que, al fin, confiesan que el sector está viviendo una temporada envidiable. Los turistas, dicen los hosteleros, ya piden la carta y no se limitan a recurrir al sabroso menú del día. Excelente. Como decía un alto cargo de una empresa: si la propiedad está satisfecha, los trabajadores no vamos a ser menos. Si los relojes del turismo marcan satisfacción, no vamos a ser los testigos quienes pongamos inconvenientes.
En Gijón ha habido novedades de relieve, que confirman que nunca se ha visto todo. Algunos comercios de la ciudad han abierto el día de Begoña, algo insólito no hace tanto. El día de la Patrona abrían bares, restaurantes, confiterías, heladerías y las farmacias de guardia. Si los históricos comerciantes gijoneses resucitaran y vieran establecimientos abiertos horas después de la noche de los fuegos, volverían asustados a sus panteones. Un símbolo del gran cambio ciudadano.
Otra novedad de relieve ha sido la manifestación antitaurina del mismo día. Con más asistencia que en años anteriores porque ha habido convocantes nuevos que han querido mostrar músculo. Y más que la manifestación, la reacción de bastantes aficionados que se encararon con quienes los insultaban por acudir a un espectáculo con todas las bendiciones legales. La reacción de bastantes aficionados demuestra que quizá los que protestan estén cruzando fronteras que no deberían de cruzar; por ejemplo, el resto al que no hace lo que uno quiere o al que discrepa de una idea. ¿Cómo era aquello de dar la vida?
