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Don Gabino, el bueno

La trayectoria ejemplar del "obispo de la reconciliación"

Aquel a quien el cardenal Tarancón, en el momento de darle el testigo de la sucesión en la presidencia de la Conferencia Episcopal, calificó muy acertadamente de "el bueno" (el periodista Ceferino de Blas publicaría después una breve biografía con ese título: "Don Gabino, el bueno"), no mete ruido, vive oculto en la Casa Sacerdotal rondando los noventa y hoy celebra su cincuenta aniversario de ordenación episcopal recibida, al ser nombrado obispo de Guadix-Baza, posiblemente la diócesis más antigua de España, un calurosísimo 22 de agosto de 1965, festividad litúrgica de la Virgen Reina, en la plaza de la Catedral accitana. (En google, puede verse un youtube de aquella tarde poniendo "Don Gabino en Guadix"). Presidió la ordenación el nuncio Antonio Riberi, a quien Pablo VI había encomendado, en los años conciliares, la renovación de la Iglesia Española hasta entonces condicionada en el nombramiento de obispos por el régimen político. Don Gabino, joven sacerdote toledano, 39 años, preparado en la Universidad Pontificia de Comillas en ciencia y espiritualidad, profesor, canónigo, consiliario de Acción Católica y Cursillos de Cristiandad, a quien algunos describían como "hombre de marcado perfil aperturista pero también persona profundamente conciliadora y sumamente discreta" fue uno de estos obispos de la nueva etapa. Otros, entre ellos Don Elías Yanes, entraron a formar parte del episcopado siendo primero obispos auxiliares que no requerían aprobación del gobierno. Este manchego ejerciente con injertos asturianos, tierra en la que lleva cuarenta y seis años y que no ha querido dejar en el momento de su jubilación en el año 2002, estaba llamado a ejercer años más tarde un papel de máxima responsabilidad y cuidado en la época crítica de la transición española. Tuvo desde el comienzo en la Conferencia cargos importantes como miembro del Comité Ejecutivo y Presidente de la Comisión de Apostolado Social. Pero su elección como sucesor de Tarancón, aquel nefasto día 23 F, coincidió poco después con el primer gobierno socialista con el que "las relaciones fueron muy educadas y muy cordiales, pero difíciles", reconoce él, y con el que hubo que renegociar muchas cosas y situar a la lglesia española en el nuevo contexto político. Se puede decir que la transición española comenzó primero en la Iglesia que en el régimen político. El talante y la clarividencia de este obispo que tenía como lema acertado "Lumen cum pace" y que asistió en el Concilio al debate de la Declaración sobre libertad religiosa "Dignitatis Humanae" (sin duda uno de los más tensos) y al de la Constitución sobre "la Iglesia y el mundo" (Gaudium et Spes, antes esquema XIII), le facilitó el saber guiar a la Iglesia española en esta circunstancia inédita. En su tiempo de presidencia se elaboraron documentos esclarecedores, como la triada: "Testigos del Dios vivo", "Constructores de la Paz" y "Católicos en la vida pública" que ayudaron a los católicos a situarse en el nuevo contexto social y político dentro de una sociedad plural y democrática.

Si nunca fue amigo ni buscador de homenajes y reconocimientos, ahora menos por su estado de salud que, aunque bueno para la edad que tiene, 89 años, no permite muchas emociones. Le hubiese gustado celebrar esos cincuenta años de obispo -que son una gracia a muy pocos concedida- con sencillez entre los suyos. Pero la historia no es propiedad de uno y cuando se ha tenido una misión importante y se ha ejercido con responsabilidad y sabiduría pertenece a todos con los que se han convivido. Aunque somos olvidadizos en esta sociedad líquida, hay efemérides que nos despiertan la memoria y el cariño y que nos mueven a ser agradecidos y manifestárselo de alguna manera.

Nunca le gustaron los momentos deslumbrones ni aparecer como salvavidas, ni ejercer protagonismos. Se esforzó en todo momento porque la imagen fuera la de la Iglesia, no la suya. Más que la imposición, buscó el convencimiento, más que en el poder creyó en la eficacia del servicio y más que el rigor utilizó la bondad. Será difícil encontrar otro calificativo que le defina mejor que "Don Gabino, el bueno". Aunque dice el evangelio que "solo Dios es bueno", a los hombres de Dios también se les puede aplicar el apelativo, y D. Gabino es un hombre de Dios.

Ahora que estamos recuperando el espíritu del Concilio Vaticano II y celebrando también cincuentenarios de su celebración y clausura, con toda verdad también se le puede definir como "un obispo conciliar". Primero porque asistió a su celebración siendo actualmente uno de los muy pocos supervivientes de los cerca de tres mil que participaron a lo largo de los tres años de su duración, 1962-1965. En octubre del año 2012 eran 69 y solo 14 pudieron ir a Roma invitados a celebrar el cincuentenario de la inauguración del Concilio. Don Gabino ya no se atrevió a hacer este viaje. Segundo, porque lo vivió intensamente y, un experto y doctor en eclesiología como era él, supo ver la nueva imagen de la Iglesia que tenía que evangelizar un mudo en "cambios acelerados" y que tenía que ser más Pueblo de Dios que institución petrificada. Tan entrañado y asumido tiene el Concilio y tan preocupado vive con la Nueva Evangelización que, en el silencio y retiro de su jubilación, sigue siendo un observador y estudioso de esta misión de la Iglesia en el momento actual y es tema frecuente de su conversación, llamando la atención su apertura de mente y el discernimiento de su larga experiencia episcopal. Si de gestos hablamos, Don Gabino dejó hace ya cuarenta años el palacio episcopal y todos recordamos aquel utilitario seat 127 que conducía su amigo y colaborador José María Almoguera. Cuando leo la historia del Vaticano II, cosa que me apasiona, veo en él y en su actividad pastoral episcopal un fiel reflejo y encarnación de lo que allí el Espíritu profetizó.

Y le corresponde en justicia la denominación de "Obispo de la reconciliación". En estos últimos años, posiblemente porque se ha deteriorado bastante el ambiente y se han removido las aguas de aquellos años de enfrentamientos, le han preguntado en diversos medios por su historia trágica familiar, ocurrida precisamente también un 22 de agosto de 1936 y que él ha contado con sentimiento, con verdad y sin un ápice de odio o de venganza, solicitando que esta fuera la actitud de los más, dejando posibles esclarecimientos a los historiadores. Fue Rafael Fernández el que mejor describió esta faceta suya: "Hombre de paz, piedad y perdón". Faceta que manifestó en toda su amplia actuación pastoral en sus treinta y dos años de arzobispo en esta Asturias donde las secuelas de aquella guerra dejaron tantas divisiones y alergias anticlericales. Se puede decir con verdad que Don Gabino acercó posturas, tendió puentes, medió en conflictos, evitó confrontaciones, respetó ideologías, defendió los derechos humanos, fue notablemente sensible a los problemas sociales y sembró sensibilidad social respaldando a los sacerdotes pioneros en esta dimensión. Su puerta estuvo siempre abierta al diálogo con todos. No le faltaron disgustos e incomprensiones y fue tildado con epítetos que de ninguna forma responden en él al sentido torcido y acusador que se les dio.

¿Qué hace Don Gabino? Como el viejo sembrador, mirar cada mañana a ver si la semilla crece y grana, soñar "con la Iglesia vestida solamente de Evangelio y sandalias" y habiendo dejado su cayado de pastor a los pies de la Santina, orar y darle gracias a Dios por su vida ya nonagenaria a Él totalmente entregada.

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