Para empezar, una breve precisión a una información de ayer en la que, al tratar de una respetable asociación vinculada a la llamada Memoria Histórica, se dice que el comandante Ros, jefe de la Guardia de Asalto en el Oviedo de 1936, fue fusilado. En realidad, tuvo un final mucho más digno, a mi modo de ver, porque murió en combate con los asaltantes del cuartel de Santa Clara que, para incorporarlo a los alzados, iban al mando del comandante Caballero.
Estamos hablando de unos acontecimientos de hace ocho décadas, que en otros países occidentales sólo estarían como hechos históricos en los libros escolares. Remover esos trágicos rescoldos comporta resucitar viejos rencores muy comprensibles porque puestos a echar en cara atrocidades siempre se encontrarán de parte y parte.
Sus protagonistas ya son en cualquier caso nuestros antepasados. Aquellos sufrimientos están definitivamente consumados y archivados en la historia. Pero las renovadas corporaciones locales se muestran ahora muy interesadas en actualizar los malos recuerdos, tan lejanos en el tiempo y, lo que es peor, en reabrir viejas heridas. Parece más importante el pasado que el futuro.
Todo apunta a que no sólo se trata de reabrir la causa de la periclitada Comisión de la Memoria Histórica, sino al parecer de replantear los revisionismos y aumentar las calles con nombres de signo político contrario. Es decir, incentivar la confrontación ciudadana. Como si no hubiera cosas mucho más urgentes a las que atender.
La actualidad municipal en cercanías resulta cada vez más expresiva de quiénes van ganando más protagonismo en tripartitos y similares. Fórmula de compromiso que lleva dentro el germen de su propia división, como en los triunviratos de la antigua Roma. Si el primero entre iguales no asume su papel, no tardará en quedar como simple figura decorativa.
