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Eduardo Lagar

Nuestro producto: un paisaje hecho de leche

No se trata sólo de salvar al ganadero del desplome de precios, se trata de rescatar a toda una región

Cierren los ojos. Les digo "Barbie", ¿y qué ven? La vida en rosa. Ahora: "¿Ferrari?" Rojo. Los grandes productos tienen un color inimitable, único. Barbie es la sensación glamourosa del rosa barbie; Ferrari es la velocidad y la pasión del "rosso corsa".

Asturias: verde.

Vendemos ese color. Ése es nuestro auténtico producto turístico. Lo que nos distingue. Lo que nos compran. Eso es lo que buscan y repiten los turistas: qué verde, qué verde, qué paisaje. Pese a que los hosteleros venden camas y mesas porque están al pie de este museo del prado, nadie parece tener verdadera constancia de que el producto es el prado y no la cama. Estamos como el tonto que mira el dedo cuando el sabio señala a la Luna.

¿Y ese verde? ¿Quién lo fabrica? ¿Cómo se hace la mezcla? No digo nada original -gentes como el exconsejero Jesús Arango o el experto en desarrollo rural Jaime Izquierdo lo predican incansablemente- si reitero que el paisaje asturiano, uno de nuestros productos más competitivos, surge en buena medida de la manufactura campesina. De su mano, a veces literalmente de su mano, nace ese juego de verdes que refresca el ojo del peregrino de la España polvorienta. Es ya un tópico decir que ellos son los "jardineros del paisaje". Por eso, porque quisiera ver yo a los empresarios turísticos paseando madrileños por un continuo siniestro de eucaliptales o por un deprimente alfombrado de matorral, resulta cada día más preocupante que no exista, al abordar los problemas del medio rural asturiano, un enfoque territorial. Justo aquel que reiteradamente se aplicaba cuando se abordaba el futuro de las Cuencas y se hablaba del "compromisu solidariu".

Es decir, ahora mismo, ahora que el precio de la leche empieza a hervir y quema, no se trataría (sólo) de reflotar la economía de las mil y pico familias que siguen dedicándose a la producción láctea. Se trata de rescatar todo el territorio -que en Asturias suma nada menos que el 80% de la región- que está literalmente colgando de los destinos de esas familias y del colectivo campesino en general. Desde luego, si ordeñar una vaca empieza a ser sinónimo de quiebra, olvídense, por ejemplo, de veranear en los deliciosos pueblos que salpican toda la rasa costera occidental o en ese rombo verde entre Carreño y Gozón, solar de las grandes ganaderías. Ya no hallarán allí el paisaje que les entusiasma: el declinar del sol agosteño entre los maizales altivos, el terciopelo de los prados segados, con caserías bordadas como perlas y el salitre del mar en la nariz... Váyanse a hacer lírica a otra parte. Ya no tendremos disponible ese producto. Lo sentimos, se agotaron las existencias.

Si salen ustedes de Oviedo, a derecha e izquierda, todo eso que ven está hecho de leche.

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