Los viajeros de los trenes de cercanías de Asturias, en vez de pagar billete, deberían recibir un premio cada vez que deciden subir a un vagón. El deterioro alcanzó tal magnitud que todas las medidas tomadas en los últimos años tal parecen diseñadas para disuadir a los usuarios, en vez de facilitarles la comunicación y atraerlos como clientes. Con el último paso, la integración de Feve en Renfe, parecía imposible que las cosas pudieran ir a peor. Pero así ha sido. Ahora ya no es que haya horarios pésimos, material envejecido y largos retrasos, sino que algunas veces el pasajero espera en el andén por un convoy que ni llega, sin previo aviso alguno. Dejando morir el ferrocarril de proximidad, Asturias renuncia a un elemento esencial para estructurar su área metropolitana.

La red de cercanías dibuja sobre el mapa regional un círculo perfecto, con itinerarios inferiores a los 60 kilómetros, que rodea primero el área central y la atraviesa luego con una "Y". En total, 850.000 asturianos unidos por una vía férrea, en un territorio que no deja de atraer población y que adquiere funcionalmente las características de una urbe, aunque formalmente lo compongan una sucesión independiente de ciudades, villas y pequeñas aldeas.

Cuando Bilbao quiso rescatar y transformar los antiguos solares industriales abandonados de su ría decidió construir un tranvía como elemento integrador. Fue la guinda que permitió dar sentido comunitario a los edificios que emergieron en aquel terreno baldío, la arteria que les irradió vitalidad.

Aquí ocurre justo lo contrario: con algunas mejoras de curvas y el ineludible desdoblamiento de los trayectos más utilizados, Asturias ya tiene hecho un auténtico metro potencial que llega al corazón de sus poblaciones, las importantes y las minúsculas. Le falta articular y concebir esa aglomeración como lo que realmente ya es ahora mismo: una gran conurbación. Una ciudad de ciudades, entre las principales áreas metropolitanas de España por número de habitantes, una baza para reivindicar peso en el concierto nacional.

La malla férrea de cercanías, cuando está bien gestionada, además de acercar a los ciudadanos y facilitar sus quehaceres, constituye un elemento vertebrador para organizar la realidad geográfica y demográfica. La competencia del ferrocarril, y por tanto la responsabilidad en su mal funcionamiento, corresponde al Ministerio de Fomento, pero el Principado apenas presiona para que la situación cambie. Hace falta, como reclaman los ferroviarios, un pacto político y social para aprovechar la ventaja que supone contar con la mayor red de trenes locales por habitante del país.

Desde la fusión entre Feve y Renfe pasan cosas tan absurdas como que por adaptar el desvencijado y variopinto material de vía estrecha a los protocolos de revisiones y mantenimientos del ancho nacional las líneas quedan desasistidas de vagones de la noche a la mañana, dejando a los viajeros colgados en la estación. O que para reparar locomotoras cuyos recambios cuesten más de 1.800 euros hay que esperar a que se reúna el consejo de administración para aprobar el gasto, un organismo éste no precisamente ágil en sus encuentros.

Apeaderos fantasma, averías, impuntualidad, merma de personal, suspensiones sin aviso, recorridos eternos y una dirección reñida con el progreso. La modernidad más simple equivale a extravagancia. No existe posibilidad de pagar los billetes con tarjeta de crédito. Las máquinas expendedoras, habilitadas para admitirlas, tienen la ranura correspondiente anulada con cinta adhesiva. Los usuarios no cejan en sus denuncias sobre la increíble degradación y la sinrazón de las decisiones de los gestores, que parecen urdidas a propósito para espantarlos. Lo manifiestan desde hace un tiempo en numerosas cartas remitidas a este periódico. LA NUEVA ESPAÑA acaba de recorrer Asturias en tren y da fe de lo justificado de la alarma. Un viaje de punta a punta de la comunidad adquiere dimensiones transoceánicas. Para ir y volver de Vegadeo a Llanes el viajero necesita emplear el mismo tiempo que para volar a Nueva York. Los lectores tuvieron testimonio de esta aventura en un reportaje del pasado domingo.

Los asturianos no rechazan el tren, porque al mínimo avance responden, sino que la desidia de todas las empresas públicas alcanza en las vías una de sus máximas cotas. Bastó aumentar las frecuencias entre Nava, Pola de Siero y la capital, desdoblar la vía de Oviedo a La Carrera y poner unidades semidirectas para que ese corredor pasara de 400.000 viajeros al año a un millón. Un ejemplo reciente de la nula visión de negocio y de la escasa vocación de utilidad lo hallamos en el fútbol. Hace una semana, con el Madrid en El Molinón y el retorno a Segunda en el Tartiere, casi 45.000 personas acudieron desde todos los concejos a los respectivos partidos. Al finalizar, miles de coches colapsaron la "Y", la Autovía Minera y las circunvalaciones. Salvo empleando en la excursión el día entero, plantearse el desplazamiento a los estadios en tren resulta una quimera por horarios inadecuados y porque al lado del campo del Sporting hay un túnel ferroviario calado y muerto de risa, inservible.

Un sindicalista lamenta que las inversiones para el tren en Asturias las haya monopolizado la Variante, en detrimento de las cercanías: "Comencé a trabajar en Feve cuando Alejandro Rebollo empezaba a impulsar esa obra gigantesca y estoy a punto de jubilarme sin que se haya concluido". El auténtico drama es que en lo que dura una vida laboral, casi una generación, Asturias no ha logrado obtener ni un paso decente hacia la Meseta ni unos enlaces locales eficientes. Con esta parsimonia para sus infraestructuras, de la que en contadas ocasiones a lo largo de su historia la región ha logrado librarse, los remedios siempre asoman tarde. Como los trenes.