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Lo que hay que oír

Francisco García Pérez

La Asturias de Juan Benito y Lola

En homenaje al "hacedor" y su extraordinaria mujer

Corrían los últimos años 70 del XX. Trabajaba un servidor de un montón de cosas (corrector de pruebas, editorialista, cronista, reportero, columnista?) en varias de las publicaciones que levantaba con gran entusiasmo el periodista Faustino F. Álvarez. Y se decía que estaba en marcha un proyecto del copón, el periódico que iba a poner en los mapas a Asturias, lo que acabaría siendo "Asturias, diario regional". De modo que ahí me ven ustedes meritando o meritoriando por ver si Graciano García, primer director de aquella publicación, me daba cancha (que me la dio). Y en estas, sonó el teléfono.

Era una voz amical que yo bien conocía, una voz de hablar demorado pero directo. Era un hombre que no conocía los preámbulos. Al grano. "Paco, te ofrezco entrevistar a José Maldonado, el último presidente de la II República. Podemos vernos en el restaurante **** de Siero. Mañana a las siete. Dime". Se me fueron los pulsos. Entrevistar a Maldonado. Menuda lotería. Y allí que me fui, con el fotógrafo Víctor M. Arrieta, para encontrarnos con un hombre pulquérrimo, antiguo, señor, un hombre que pedía oporto antes de cenar, don José Maldonado González. Lo acompañaba el portador de la voz telefónica, serio, con fingido gesto de despiste, melena casi rubia (qué sé yo, así la recuerdo). Hechas las presentaciones en un ambiente que olía a clandestinidad y que tanto me excitaba, el hombre de la voz me tomó del brazo para hacer un aparte conmigo, en un susurro: "Pregúntale si es masón", me dijo pícaro, zumbón, como él era a veces. (Por cierto, se lo pregunté a Maldonado y me regaló una admirable respuesta: "Tengo entendido que los masones no tienen la costumbre de declarar si lo son o no"). Y mientras Arrieta fotografiaba y yo preguntaba y Maldonado se mostraba de vuelta de todo ("No le van a publicar esta entrevista, créame"; en efecto, no me la publicaron), aquel hombre propiciador del encuentro se levantaba, paseaba, alzaba la vista en un gesto (cómo lo diría yo) de atisbar quién sabe qué nuevo proyecto (qué mal lo he dicho). Aquel hombre era Juan Benito Argüelles. Aquel hombre era un puente que nos permitía al prójimo conseguir cosas. Aquel hombre se acaba de morir.

El 19 de febrero de 1994, publiqué en estas mismas páginas una semblanza suya que titulé "El hacedor" y donde escribí todo lo que tenía que decir sobre él y sobre esa su extraordinaria mujer, la colosal Lola Lucio. Lola y Juan Benito formaron un dúo tan inseparable como aquel con que en mis libros de filosofía bachiller se explicaba la unión aristotélica o tomista (qué sé yo) del alma y el cuerpo: "Indisoluble, como el jinete y el caballo". JB y Lola no paraban, organizaban, traían conferenciantes que ni hubiésemos soñado tener en Asturias, nunca conocieron el descanso, no bien echaban a andar algo cuando ya estaban de manos en el siguiente proyecto. Nos hicieron Lola y JB jugar la "Champions" de la cultura en este reducto del norte ibérico. Y es que, señoras y señores, hubo un tiempo en que no existía internet ni se le esperaba (lo juro), no había móviles, los prodigios se obraban a base de paciencia, correo postal, teléfono y amigos, mucho insistir y mucho querer insistir, perdiendo dinero, humor y sufriendo maledicencia. Lola y JB eran juntos los conseguidores, los hacedores de que escuchásemos aquí a lo mejor de lo mejor de la cultura, de la política, creando una asociación, un premio, otra tertulia. Y no con pompa y circunstancia principesca como ahora. En un tiempo gris rata todavía, Lola y Juan Benito nos pusieron a vivir, a leer, sumaban, unían. Fueron el espíritu de aquella Asturias, fuimos la Asturias de Juan y Lola. Ahora, me entero por la prensa de que se ha ido JB. Y digo, con gran dolor, lo que él me dijo por teléfono cuando murió su amigo Ángel González: "¡Qué escándalo! ¡Qué horror! ¡Qué escándalo!".

eltripulante.wordpress.com

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