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Clave de sol

El pecado original de la Transición

Sobre la prisa de última hora para frenar lo que se veía venir

Concedo que es fácil criticar el pasado, pero puede ser conveniente la búsqueda de claves remotas determinantes de un presente desagradable. Y más, cuando uno mismo se había pronunciado entonces -está en las hemerotecas- en contra de dar alas a los separatismos. Éste es el caso por lo que respecta al conflicto catalán -y el vasco, a la expectativa- ante unas elecciones cuyo principio de desmadre hay que datar en la transición posfranquista.

La primera observación sobre lo que está pasando es la prisa de ultimísima hora por tratar de poner freno a una aventura que se veía venir. Ni el Gobierno, ni la banca, ni los empresarios, ni los partidos, ni los intelectuales han actuado a tiempo y con decisión. No digamos la Iglesia local inclinada al separatismo.

Es verdad que el origen de este problema artificial -porque lo es como basado en un falseamiento de la historia- hunde sus raíces en el siglo XIX, pero también que estaba contenido en sus verdaderos términos. La huida hacia adelante de Mas se produce en realidad por la dejadez oficial de la autoridad que ha enfrentado la escalada de audacias catalanistas simplemente con un rosario de quejas.

Quien esto escribe ha vivido "in situ" el similar caso vasco -hoy agazapado- precisamente en los llamados "años de plomo". No es para contar. Y sabe por experiencia que el verdadero inmenso error de la Transición ha sido la creación desde la nada del inventado Estado de las autonomías, con el que se ha tratado de contentar a quienes no se iban a contentar. Queramos o no, autonomía es sinónimo de soberanía.

En cualquier caso, se ha tomado el rábano por las hojas. Qué trabajo les hubiera costado hacer algo así como un Estado de las regiones, las palabras tienen importancia. Con el invento autonómico se ha dado aliento a los latentes separatismos, pronto disconformes con el regalo de una desmesurada descentralización de competencias, algunas tan sensibles como la educación.

La historia de estos 37 años patentiza la escalada de audacias, la exacerbación de las llamadas singularidades, los agravios inventados, la politización del poder judicial y las arbitrariedades propiciadas por políticos irreflexivos como el caso del zapateril Estatuto catalanista. Nostalgia, en suma, de los taifas y el cantón de Cartagena.

Un lavado de cerebros que, lejos de propiciar un regionalismo armónico, ha ocasionado una escalada de particularismos: dialectos, fueros, folklorismos, privilegios, retoques de la historia, relaciones de viejos agravios. En definitiva, incentivación de lo que nos diferencia en vez de lo que nos une. Ahora pedimos socorro a toda prisa o se nos proponen ocurrencias y extravagancias como la de llevar el Senado a Barcelona.

La cosa no es de ahora porque hunde sus raíces en el buenismo oficial del último tercio de siglo, cuando no la dejación y el temor a contener las audacias del independentismo ante el que no se ha puesto desde el poder otro valladar que lamentaciones. No otra cosa ha hecho Rajoy en los últimos tiempos.

Sé que he escrito lo anterior con cierto apasionamiento frente a lo que entiendo como el verdadero pecado original en el planteamiento de la Transición. Y es que quien lo probó lo sabe.

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