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La savia que nos alimenta

Los que nos rodean marcan el perfil de lo que somos. No me refiero a los coyunturales y advenedizos, sino al núcleo duro de nuestra existencia. Un buen día los convocas y en esa foto de grupo podemos reflejarnos. Los juzgas y nos juzgamos; los analizas, y nos chequeamos. Es un riesgo que merece la pena correr porque el espejo nos devuelve siempre una máscara, mientras que el grupo nos regala evidencias. Se llega a una edad, pongamos los 50, en que ya hay amistades inquebrantables, solidificadas en la amalgama del tiempo, firmes y sólidas más allá de marejadas. Y en los ojos de quienes siguen ahí, de quienes responden a la llamada, se esconde nuestra nota en el examen de la vida. Rodearse de buena gente es signo inequívoco de inteligencia, esa que no se mide en coeficientes, sino en plenitudes. Somos tronco pero las raíces ancladas al suelo, la savia que nos alimenta, las ponen los demás. De ellos dependemos, a ellos nos debemos.

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