Es exótico escuchar a los sindicatos mayoritarios de trabajadores pedir la derogación de la reforma laboral, cuando ellos mismos la aplican en sus casas. Y lo es también escuchar al PSOE que la eliminará, cuando la inició. La crisis económica ha laminado a buena parte de la clase trabajadora, ante la pasividad de la mayoría de sus representantes. Obreros, jornaleros, peluqueros, dependientes, profesionales y universitarios -ellos y ellas- han engordado en los últimos años la lista del paro, con el drama humano añadido que eso conlleva. Y muchísimos de los que han conservado su puesto laboral lo realizan en condiciones escandalosas. Lo vemos todos, cada día. Lo hemos asumido. Y no se escuchan apenas voces -con honrosas excepciones- que protesten ante tanta tropelía. Antes, en peores momentos, la gente luchaba por sus derechos y los sindicatos abanderaban las reivindicaciones. Su historia les dignifica, su presente es sonrojante.