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Joaquín Rábago

Cuando lo viejo se resiste a morir

El presidente del Gobierno pide a todos responsabilidad. Tras una legislatura ninguneando cuando no maltratando a la oposición y obedeciendo únicamente a lo que dictaban Bruselas y los mercados, ahora ofrece diálogo. ¡A buenas horas, mangas verdes! Después de haber hecho de su capa un sayo, gobernando continuamente por decreto, después de haber faltado más de una vez en el Parlamento a la verdad, ahora pretende seguir cuatro años más al frente del país.

Ocurre que lo viejo se resiste a morir, y por viejo me refiero al bipartidismo, que no ha recibido, pese a todo, el castigo que merecía, lo que indica que hay más de una generación marcada todavía en cierto modo por el franquismo y, sobre todo, por el miedo a lo nuevo. Pues no deja de ser preocupante que un partido en el que la corrupción no son sólo dos o tres manzanas podridas sino en muchos casos un estilo de gobierno siga siendo, pese a su espectacular caída, el más votado. Un partido piramidal, en el que nadie se atreve, al menos en público, a criticar las decisiones de un líder cuyas limitaciones se han hecho más que evidentes.

Y ¿qué decir de un partido socialista cuya modernización ha consistido en hacer un par de fichajes que muchos no entienden o elegir como secretario general a un político más fotogénico que su predecesor y cuya principal aportación ha sido su aparición en programas populares de la TV privada? Un partido que no supo regenerarse a tiempo ni liberarse del fantasma de la corrupción, al menos allí donde más tiempo lleva gobernando como es Andalucía, y que ha demostrado también a veces ser más sensible a los poderes económicos que a las necesidades de una ciudadanía castigada por la crisis. Sin esos casos de corrupción y sin la impresión de que los socialistas no estaban en el fondo interesados en cambiar demasiado las cosas, no habría surgido por su izquierda un partido como el del nuevo Pablo Iglesias. Sólo de ellos es la culpa.

Ahora habrá todo tipo de presiones de "los poderes fácticos" para que se constituya una gran coalición como la alemana en aras de la estabilidad que siempre reclaman los mercados. Sería sólo un beneficio para el PP, que vería pese a todo recompensada su gestión al frente del Gobierno, al tiempo que un regalo envenenado para los socialistas, pues equivaldría a su suicidio político. Y sería sobre todo un monumental desprecio a los millones de ciudadanos, sobre todo los de las nuevas generaciones, que reclaman con urgencia cambio. Cambio en la forma de hacer política, basada, no en la imposición como hasta ahora, sino en la transacción y el diálogo. Cambio que exige en primer lugar la puesta a punto de un nuevo sistema electoral porque el actual no es suficientemente representativo y ha beneficiado sobre todo a los partidarios de que las cosas siguieran como hasta ahora. Definitivamente, se impone un curso acelerado de negociación y de pactos entre todos.

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