Lleva razón Pablo Iglesias cuando dice que al Rey hay que presentarle algo preparado y pensado, no simplemente un proyecto en rodaje, prendido con alfileres y sometido al riesgo de que no prospere por falta de respaldo. Resulta algo bastante obvio, lo haya dicho Don Felipe en toda su crudeza o interpretado así, de manera interesada, el líder de Podemos.
Pedro Sánchez, sin embargo, se ha empeñado, al parecer, en todo lo contrario: consiste en que el Jefe de Estado le conceda el aval antes de ponerse a negociar algo que desde el principio no es fácil de conseguir debido a la composición de fuerzas en el parlamento y las dificultades del candidato socialista en su propio partido para llevar adelante un acuerdo inquietante para el PSOE y también para el país.
Iglesias intenta buscar en la urgencia una baza para arrimar el ascua a su sardina y de paso hurgar en la desesperación del primer partido de la izquierda. Eso es verdad. Pero también es cierto que nuestros políticos, por una cuestión de imagen de España ante el exterior, deberían tomarse el proceso con un poco más de responsabilidad. Los socialistas dan vueltas antes de precipitarse al abismo o mantener cierta coherencia en relación a aspectos de la política nacional que hasta ahora no se discutían, y el PP cree que el tiempo acudirá en su ayuda mientras confía en el fracaso de la negociación de la izquierda o la negativa independentista a dejarle paso. Su horizonte más optimista está en unas nuevas elecciones, el de algunos barones y dirigentes socialistas, también. Se trataría, en cualquier caso, de evitar males mayores, siendo conscientes de que igual no sirven para desatascar la situación. Con una segunda vuelta entre los dos más votados ya estaría resuelto.
