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Dos liberaciones de diferente signo

Treinta y seis años largos han pasado desde aquellos primeros días de diciembre cuando un tropel de personas subíamos por las calles soleadas de Puebla de Almenara en la Nueva Castilla. Entre apreturas, saludos, felicitaciones y pasodobles de la banda, alguna vez un grito que todos coreábamos: "¡Viva don Javier!". Las buenas gentes del lugar colocaban un don de respeto al joven diputado Rupérez, recién rescatado de un mes y un día de secuestro de ETA.

Y en la iglesia, una feliz ceremonia, dulcemente pueblerina: salve cantada, breve sermón -insisto: un sermón, no una homilía-, palabras emocionadas del político ucedista y cuatro vivas propuestos por el cura: a la Virgen de la Misericordia, a Javier Rupérez, a las "fuerzas nacionales" y al pueblo. Mas para el pueblo, cuatro vítores son pocos e hicieron falta cuatro más para honrar el gobernador, al párroco, a la esposa del diputado y al señor alcalde.

Lloros, risas, abrazos, besos, comentarios de una familia ejemplar que en aquel mes de angustia supo mantener el tipo: la madre, Manolita, que resolvió rezar; la esposa, Geraldine, feliz y encantadora, que fallecería prematuramente pocos años después. Y la pequeña Marta que asistía sorprendida a todo aquel jaleo.

Javier me cuenta el mes perdido entre cuatro paredes ("que ni sé cuándo es de día ni cuándo las noches son"?), la soledad, la angustia, las plegarias, las drogas que le aplicaron, la tentación del derrumbe moral? La vida en un hilo salvada al minuto. ¿Hubo rescate?... Dice que se ha robustecido su fe. Le cuento la intervención del Papa. Fue aquel un día de vítores y campanas para el recuerdo.

Un mes atrás, el once de noviembre de 1979, el diputado centrista había sido secuestrado en su casa de la madrileña calle Morería por un grupo de cuatro pistoleros. Ya lo habían intentado con Gabriel Cisneros, quien se libró por poco y malherido.

Arnaldo Otegui, que saldrá hoy de la cárcel tras cumplir sólo unos pocos años de su benévola condena, fue uno de ellos, no arrepentido de su infame pasado y bien dispuesto a recibir el repelente homenaje que los suyos le harán en Anoeta.

No mucho antes del día gozoso de Puebla de Almenara, un periodista que uno conoce bien salía de San Sebastián en coche camuflado y con dos policías a su lado. Quien lo probó, lo sabe.

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