Te apuntarán a la sien y con desalmada pulcritud, sin remordimiento, apretarán el gatillo. Pondrán tu cabeza sobre un leño y de un hachazo seco la harán rodar por el suelo, ensangrentada; y la exhibirán, prendida al filo de una caña larga, al populacho como señal de júbilo y de escarnio. Te agarrarán del pelo fuertemente con la mano izquierda encallecida y con la derecha, sin piedad, te practicarán un tajo certero en la garganta; y lo mostrarán al mundo para certificar el pavor irremediable de su reino. Tal vez te crucifiquen, te amordacen, te aten de pies y manos con alambre de espino. Puede que te lapiden con piedras polvorientas de viejos monumentos derruidos mientras mujeres y niños bendecidos en odio jalearán el sádico martirio en idiomas y gritos que no atiendes. Llaman a tus puertas las hordas del horror, bien entrenadas, bien dotadas de ira y de pertrecho. Ha comenzado tu agonía, Europa, camino del cadalso.
