Que un tipo que tiene pie y medio fuera del Sporting siga manteniendo la cabeza en Gijón es digno de aplauso. Sería argumento fácil recurrir a la obviedad de escribir que, en Las Palmas, Jony cogió su fusil. O que el cangués esconde pólvora en las botas cuando inicia, desde la banda, una sonora descarga de fútbol vertical. Cuando el extremo bordea la cal con el ceño fruncido de los últimos tiempos, se sabe que pleitea contra la defensa rival y contra el mundo: es un incomprendido, como todos los genios, a los que sólo se valora cuando ya están lejos. Jony es el trasunto de otros tantos jóvenes asturianos de su generación, que para progresar se ven obligados a abrir nuevos horizontes lejos de su tierra. Pero no duden que antes de hacer las maletas regalará aún alguna tarde de gloria. Y si el Sporting alcanza la permanencia, tengan por seguro que Jony habrá vendido cara su piel en ese empeño.
