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La socialdemocracia, sobrepasada

A punto de ser adelantado por su izquierda, el líder socialdemócrata Pedro Sánchez no sabe muy bien cómo salir de su actual embrollo. Unos días busca el abrazo del oso con los neocomunistas de Podemos e IU y al siguiente se aproxima a un liberal de corte más bien clásico como Albert Rivera. No se trata tanto de indefinición como de despiste.

Hay que remontarse atrás en la Historia para entender lo que está pasando. La socialdemocracia se creó en Europa para contener a los partidos comunistas durante la guerra fría: y una vez desaparecida la URSS, parece haberse quedado sin papel. De ahí que los dirigentes socialdemócratas parezcan personajes en busca de un autor que los llene de contenido con un buen guion. Si la política es esencialmente una variante del teatro, esta sería una pieza de Pirandello.

Durante los años setenta del pasado siglo, que ahora vuelven en forma de farsa, a la CIA le preocupaba el ascenso de los partidos comunistas en Europa. Particularmente, el del PC italiano de Enrico Berlinguer que vendía una versión más digerible de Lenin, bautizada con el nombre de eurocomunismo.

Es fama que los americanos engrasaron con la necesaria financiación a los antiguos partidos socialistas para que se convirtiesen en socialdemócratas. La estrategia tuvo un muy notable éxito en España, donde el PSOE había quedado reducido a un pequeño grupo de viejecitos exiliados en Toulouse.

Aquel PSOE atinadamente denominado "histórico" cedió ante el impulso de los nuevos socialistas dirigidos por Felipe González y financiados por la Fundación Friedrich Ebert del partido socialdemócrata de Alemania. El propio González tuvo que emplearse a fondo para convencer a sus seguidores de la necesidad de abandonar el marxismo.

Ni siquiera a él le fue fácil. Tuvo que dimitir durante unos meses para que las bases del partido aceptasen la conversión del PSOE a la socialdemocracia; pero el esfuerzo valió la pena. A partir de entonces, la izquierda pasó a ser un patrimonio exclusivo de los socialdemócratas de González incluso antes de su histórica mayoría absoluta en 1982 que inauguraría catorce años consecutivos de gobierno.

La Historia, que es un tiovivo, ha traído de vuelta a los antiguos comunistas: y lo ha hecho con fuerza suficiente como para que el "sorpasso" al PSOE sea ya algo más que una hipótesis. La nueva casa común de la izquierda es esa en la que se han reencontrado los viejos fieles de Carrillo (ahora mandados por Alberto Garzón) y los líderes de Podemos que, en buena parte, proceden de ese campo.

Olvidados ya los tiempos de la guerra fría, a los americanos no parece darles frío ni calor la llegada de los comunistas a un gobierno occidental, quizá porque el caso de Tsipras en Grecia los haya convencido de que no van a cambiar nada importante.

Más preocupado está el bueno de Sánchez, al que un día se le insubordinan sus huestes en Barcelona, al otro en Valencia y mañana ya se verá, con grave riesgo de que el partido de Iglesias le coma la tostada y lo convierta en una fuerza vicaria de la suya. Malo si tira hacia Ciudadanos porque deja el campo libre a Podemos; y peor si se arrima a los de Iglesias con el riesgo cierto de que estos se lo merienden. Haga lo que haga, se arrepentirá.

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