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Su vida por nuestra libertad

Homenaje a las víctimas del terrorismo

Hace unos días estuve en una reunión donde se habló de ETA y las víctimas de su terrorismo. Las invitadas eran tres personas excepcionales: Ana Iribar, Ana Velasco y María San Gil. Me gustaría, queridos lectores, que juntos hiciéramos un poco de memoria para recordar quiénes son estas extraordinarias mujeres.

Ana Iribar es la viuda de Gregorio Ordóñez. Gregorio era teniente de alcalde del Ayuntamiento de San Sebastián y diputado vasco cuando, el 23 de enero de 1995, fue asesinado de un tiro en la cabeza mientras comía en un restaurante; tenía 36 años y un niño de 14 meses cuando ocurrió.

Ana Velasco es la hija de Jesús Velasco. Jesús era el jefe de la Policía Foral de Álava cuando el 10 de enero de 1980 fue asesinado de varios tiros después de dejar en el colegio a dos de sus cuatro hijas.

María San Gil, asesora de Gregorio Ordóñez en el Ayuntamiento de San Sebastián en 1995, es la persona que estaba comiendo con él cuando le asesinaron. Posteriormente fue concejala en el Ayuntamiento de San Sebastián, diputada vasca y presidenta del Partido Popular.

Les tengo que confesar que, mientras escuchaba el testimonio de las tres, pensaba en lo ingratos y olvidadizos que somos con determinados acontecimientos pasados. Es verdad que vivimos en un mundo en el que el día a día nos absorbe de tal manera que nos impide tener un poco de tiempo para la reflexión y el recuerdo. Pero no es menos cierto que nuestro egoísmo nos lleva a olvidar los acontecimientos molestos o las situaciones incómodas. Por eso, después de escuchar a estas admirables mujeres uno se siente al mismo tiempo afligido y reconfortado. Triste, por formar parte de una sociedad que ni supo, ni sabe reconocer lo que las víctimas hicieron por nosotros, y renovado, al comprobar la fortaleza de unas personas increíbles, cuya única ofensa hacia los asesinos de ETA fue querer ser libres.

Cuando Ana Iribar comentó que tuvieron que pasar más de cuatro décadas, desde el primer asesinato de ETA al Guardia Civil José Pardines Arcay en 1968, hasta la Ley 29 de 2011 de Reconocimiento y Protección Integral a las Víctimas del Terrorismo, a los allí presentes se nos helaba la sangre. Nadie hablaba. Nos mirábamos los unos a los otros como preguntándonos: ¿Pero qué hicimos? ¿A qué nos dedicamos durante todo este tiempo? Cuando, con una firmeza y un aplomo difícil de ver, dice: "El tiempo siempre corre en contra de las víctimas. Éstas sufrieron un vacío terrible. Fueron abandonadas por la sociedad y las instituciones. Y mientras ese desamparo se perpetraba, ETA era arropada por el nacionalismo e incluso por la Iglesia católica vasca", les aseguro que a más de uno se nos cayó una lágrima de amargura y de vergüenza en ese instante. ¿Cómo es posible que, mientras nuestra sociedad tardaba décadas en reaccionar, a esta ejemplar viuda le preguntara un periodista, a las 48 horas del asesinato de su marido, si perdonaba y olvidaba? ¿Tan inhumanos somos? ¿Tan crueles somos los españoles con nuestras víctimas?

Aterrador fue también el alegato de María San Gil cuando comentó que, en tanto a ella se la insulta por las calles de San Sebastián mientras va con dos escoltas, el etarra Lasarte, condenado a 400 años de cárcel por el asesinato de 10 personas, entre ellas el popular Gregorio Ordóñez y el socialista Fernando Múgica, se pasea impunemente por la misma ciudad, después de pasar tan solo 19 años en la cárcel.

Así como hay algún arrepentido, cual es el caso de Urrusolo Sistiaga, condenado a 449 años de cárcel por nueve asesinatos, y ya en libertad, quien hace unos días dijo "soy consciente de todo el daño que hemos generado y siento de verdad el daño que hemos creado", otros muchos, la mayoría, ni se arrepienten, ni condenan los atentados, ni entregan las armas. ¿Les parece a ustedes normal que a Arnaldo Otegui, quien nunca se arrepintió ni condenó un solo atentado, se le arrope en el Parlamento Europeo por parte de Izquierda Unida y de Podemos? ¿Creen ustedes presentable que esta semana la presidenta del Parlamento catalán reciba a Otegui en el despacho de personalidades? No me extraña que la Fundación Víctimas del Terrorismo declare que es una injuria hacia las víctimas y hacia sus familiares, pero también hacia todos los españoles de bien.

Me alegro mucho de haber ido a esa tertulia de Madrid. Desgraciadamente, a los españoles se nos ha olvidado aquel "Espíritu de Ermua", que brotó a raíz del asesinato de Miguel Ángel Blanco y que tanto nos unió en aquellas fechas. Hoy me vuelvo a sentir muy identificado con esas víctimas, y como les dije a ellas, no solo no lo olvidaré nunca, sino que lucharé para que los terroristas no tengan la última palabra.

No es una cuestión de odio. Les aseguro que las víctimas no odian. Como decía Ana Velasco: "No odiamos, pero sufrimos mucho". Quiero recordar aquí las palabras del periodista Antonie Leiris cuando perdió a su querida mujer en el atentado de la Sala Bataclan de París, quedando viudo con un hijo de 17 meses: "No tendréis mi odio, eso no os lo daré. Pero al paraíso de las almas libres no accederéis jamás".

Soy de los que piensa que los diferentes gobiernos fueron cálidos en sus relaciones con los etarras, pero fueron muy fríos con el agradecimiento a las víctimas. Sí, es muy bonito el preámbulo de la Ley 29 de 2011, cuando dice: Esta Ley es el apoyo a la víctimas, que se sustenta y se inspira en cuatro principios: memoria, dignidad, justicia y verdad. Pero no es suficiente. Las víctimas, cuyas vidas han sido rotas, cuyas familias han sido destrozadas, cuyas ilusiones han sido robadas y sus sueños partidos, necesitan sentirse arropadas por toda la sociedad, por todos nosotros. Para que nunca piensen que España y que todos los españoles las hemos abandonado.

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