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Los robots no hacen gasto

Una empresa que lidera la fabricación mundial de telefonillos móviles va a sustituir por robots a más de la mitad de su plantilla en China. Los gestores de Foxconn -que son de carne y hueso, por ahora- aligerarán así en unos 60.000 trabajadores la nómina de la firma, con un ahorro de costes que al parecer será cuantioso.

Las ventajas de un robot son innegables desde el punto de vista de la producción en cadena, aunque quizá se hayan valorado otras en este caso. Los autómatas no conocen horarios, no se sindican, no hacen huelga (si bien esto tampoco es problema en China) y seguramente no pedirán aumentos de sueldo. Un poco de mantenimiento en sus circuitos informáticos, algo de aceite tres en uno para engrasar sus coyunturas de metal y a seguir produciendo.

Parece el sueño de cualquier empresario, pero se trata de una realidad que empieza a tomar forma aquí y en Pekín. Incluso en la España millonaria en parados, los robots sustituirán en los próximos años a un 12 por ciento de los trabajadores. Son los cálculos de un estudio de la OCDE, organización que no deja de expresar cierta alarma por los efectos de la robotización.

Lejos de abordar este asunto, aquí seguimos discutiendo aún sobre cuestiones antiguas como la flexibilización de las relaciones laborales entre patronos y trabajadores. Infelizmente, los robots ya vienen flexibilizados de casa -o de fábrica- y no suelen poner gran interés en los convenios colectivos.

El problema para los fabricantes low cost es que los robots no compran. Los 60.000 trabajadores chinos a los que Foxconn va a dejar sin empleo ni sueldo perderán su capacidad de consumo y hasta es probable que no puedan adquirir los telefonillos que fabrique a menor coste su antigua empresa. Por mucho que los abaraten, alguien tendrá que disponer del dinero suficiente para comprarlos; y no parece que vayan a fabricar robots que sustituyan a los clientes.

Más o menos, esto ya lo explicó Henry Ford, famoso capitán de industria, cuando sus colegas de la patronal le reprocharon los buenos sueldos que pagaba a sus trabajadores. "Les pago bien", decía el magnate del automóvil, "con la esperanza de que los demás empresarios me imiten. Si no, ¿quién va a comprar mis coches?". Ford descubrió algo tan elemental como que todo producto necesita un consumidor con poder adquisitivo suficiente: y de esta sencilla idea nació en buena medida la poderosa clase media de EEUU, hoy en declive.

La cuarta revolución industrial ahora en marcha tropieza con estos nada ligeros obstáculos. Ya no es impensable en absoluto una factoría en la que casi todos los trabajadores sean androides; pero aun así queda por resolver el delicado asunto de la clientela. Una vez suprimidos los sueldos, habrá que pensar en cómo se proporciona a los compradores el dinero necesario para cerrar el círculo de producción y venta.

Quizá, si hay suerte, los autómatas nos liberen de la maldición del trabajo. Pero de algún sitio tendrá que salir el dinero para que la gente consuma y los fabricantes puedan seguir vendiendo. Los robots, ya se sabe, no hacen mucho gasto.

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