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El Bosco, Shakespeare, Cervantes

Los siglos XVI y XVII fueron de enorme actividad y creatividad en los países del extremo occidental de Europa, tanto en el orden literario como en el artístico, en el científico como en el comercial, en el político como en los descubrimientos geográficos. De un siglo creativo e inquieto como éste surgen grandiosas obras arquitectónicas, la escultura y la pintura alcanzan algunas de sus cimas y la literatura, durante dos siglos, hasta que le pone freno el neoclasicismo, descubre constantemente vías nuevas que la apartan de la época anterior aunque sin renunciar a ella. Rabelais es un ejemplo poderoso de la confluencia de los dos mundos, del medieval y del renacentista. Aunque el Renacimiento no hubiera sido posible sin haber recogido la gran herencia del pasado, la de Grecia y Roma, y también la herencia medieval, que no tardó en buscar vías nuevas y que conservó parte del pensamiento antiguo y las lenguas en que podía ser leído.

En 1616 mueren tres grandes genios, no sólo de su época, sino de todas las épocas, en sus artes respectivas: la pintura, el teatro y la novela. Ya se han recordado las muertes coincidentes de Miguel de Cervantes y William Shakespeare, y se continuarán recordando mientras este año dure y la humanidad continúe habitando la tierra en una situación intelectual razonable, sin haber sido esclavizada por la tecnología. El tercero de estos tres genios es el pintor alucinado y genial Hyeronimo Bosch, más conocido por el Bosco, que debió morir a comienzos del mes de agosto, ya que el 9 de agosto se celebran las solemnes exequias del difunto cofrade Jerónimo de Aquisgrán, llamado Bosch, "pintor insigne", fallecido unos días antes.

El mundo del Bosco es medieval, en apariencia; pero ve el mundo de otro modo, con una lucidez propia de los tiempos nuevos. Michel Foucault señala al Bosco, Brueghel y Durero como "espectadores terriblemente terrestres, implicados en la locura que veían manar alrededor de ellos". Porque aquella época de actividad y cambio es una de las que mejor define la locura: Shakespeare crea al rey Lear, Cervantes al licenciado Vidriera (dejemos en paz en esta ocasión a don Quijote), en el mundo del Bosco no hay límites entre la realidad y la ficción, entre la tierra y el infierno (más bien parece que ve el infierno como si lo tuviera a la vuelta de la esquina), entre lo soñado y lo visto y recordado -acaso esas alucinaciones sean una forma de ver su época, acaso por eso su pintura le gustaba a Felipe II-. El tríptico de "Las Delicias" parece una marisquería después de una noche de parranda, lleno de cáscaras de crustáceos y de otros desperdicios; pero en "La nave de los locos" la juerga la montan una monja guitarrista y un monje cantor, con comparsas que cantan a coro, un bufón con cuernos de diablo que sigue bebiendo y un compadre que devuelve al río lo que bebió. ¿Es este cuadro más realista que "Las Delicias", totalmente fantástico? Seguramente los dos son realistas, y esto es lo inquietante del Bosco. Sus cuadros están llenos de personajes, movimiento y color: transmiten la alegría de vivir y beber aunque se trate de un mundo de locos. Preparémonos para recordar al Bosco.

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