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En los tiempos del franquismo cualquier algarada, manifestación, huelga o protesta estudiantil se achacaba a la conspiración judeomasónica. Unir bajo los mismos intereses a los judíos y a los masones, pobres ellos, resultaba un tanto pintoresco y traído por los pelos pero los clichés siempre han funcionado bien.

Me ha venido a la memoria la conspiración judeomasónica como recurso universal con motivo del atentado espantoso de Niza. El autor, un francés de origen tunecino, no estaba en absoluto fichado por el ministerio galo del Interior como fundamentalista, ni era objeto de vigilancia alguna. Se trataba, según nos dicen sus vecinos, de un hombre huraño y violento. Tenía antecedentes de delitos comunes y maltrato y acababa de separarse de su mujer. En el camión con el que mató a casi 100 personas e hirió a 200 más se hallaron armas, sí: una granada inutilizada y una pistola que resultó ser falsa. Ninguna organización islamista reivindicó el atentado hasta pasadas 72 horas, que fue cuando el Estado Islámico sacó pecho sin dar ni el menor detalle que no se conociese ya de la barbarie o la forma de organizarla. Mohamed Lahouaiej, que es el nombre del asesino, ni rezaba, según sus familiares, ni seguía el Ramadán. Más tarde aparecieron sospechas acerca de una radicalización súbita y acelerada de Lahouaiej que habría pasado desapercibida. Pero las noticias y las interpretaciones oficiales hablaron desde el primer momento de atentado yihadista y el fiscal francés abrió investigaciones bajo la hipótesis firme de que el fundamentalismo estaba detrás.

¿Se habrá convertido ya el fundamentalismo islámico en el equivalente de las conspiraciones judeomasónicas de antes? Es bastante probable. Que un psicópata feroz asesine a cuantas personas encuentre forma parte de nuestras costumbres. Hemos llegado a unos tiempos en los que si uno se siente frustrado echa la culpa al mundo y obra en consecuencia buscando venganza por más que éste, el mundo, sea una referencia vaga y ni una sola de las víctimas de Niza tuviese nada que ver con las miserias de la vida de Lahouaiej.

El desapego conyugal se ve por las bestias al estilo del asesino de Niza como justificación suficiente para matar a la novia o a la mujer, a los hijos a menudo y, ya que estamos, a noventa personas que pasaban por allí. Es sin duda, además de una tragedia, un disparate. Pero, dejando aparte que Lahouaiej nació en Túnez y que sufrió una supuesta conversión acelerada, ¿cabe dar el episodio como un paso más tras los golpes de París, Nueva York, Madrid, Londres y una retahíla de ciudades islámicas? Para conjurar cualquier amenaza es crucial tener un diagnóstico adecuado de lo que sucede. La tragedia de Niza puede tener que ver con los bombardeos de Siria y con la yihad islámica y puede que no. Sea como fuere, es el resultado de que nos hemos vuelto una sociedad en la que suceden cosas así.

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