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Un recuerdo

En 1982 la Fundación Príncipe de Asturias y la Sociedad Asturiana de Filosofía organizaron en Oviedo el I Congreso de Teoría y Metodología de las Ciencias. Fui contratada para llevar la comunicación y como tal tenía una inquietud, casi una obsesión: llegar a entender los debates para hacerlos comprensibles en notas de prensa. Bueno era una de las personalidades del congreso; la otra era el filósofo y físico argentino Mario Bunge, defensor del realismo científico, que ha desarrollado su trabajo en el campo de las ciencias naturales y sociales.

El día de la apertura del congreso, horas antes del acto inaugural, el profesor Bueno me preguntó si conocía la teoría del cierre categorial. Con cierta vergüenza, respondí que no. Se sentó conmigo en uno de los bancos del hotel y me la explicó. "¿Lo ha entendido usted?", me dijo. "No muy bien, profesor", contesté, temerosa de que si mentía pudiera hacerme alguna pregunta comprometida. "Está bien, se la vuelvo a explicar", me dijo. Volví a poner toda mi atención y até algunos cabos: las ciencias son múltiples y diversas y no son la única fuente de la razón, y la filosofía no es la madre de todas las ciencias. Pero Bueno me había dado, por segunda vez, una lección de conocimiento en la que ideas, teorías, conceptos físicos y geométricos, filósofos (no sólo los de nuestra tradición helena) y opiniones se sucedían en un caudal lingüístico y conceptual difícil de asimilar.

Aquel congreso propició apasionadas discusiones entre Mario Bunge y Gustavo Bueno sobre el papel de la verdad en la ciencia, en las que también intervino con brillantez el bioquímico y exrector de la Universidad de Oviedo Santiago Gascón. Escucharlos era como seguir la bola de un partido de tenis a tres. Bueno defendía que la verdad científica se localiza en el ámbito de la identidad y que las ciencias no son exclusivamente el conocimiento de una realidad estructurada previamente. Bunge, que dijo no conocer la teoría del cierre categorial, atacaba la dialéctica del filósofo riojano, catedrático de la Universidad de Oviedo y afincado en Asturias, y la tildaba de oscura y mística. Mario Bunge obtendría ese mismo año el premio "Príncipe de Asturias" de Comunicación y Humanidades. Un duelo dialéctico magistral.

Nunca he olvidado el gesto generoso del profesor hacia una joven periodista que desconocía un elemento filosófico clave del discurrir del congreso. Ni tampoco su encendida defensa del conocimiento como búsqueda de la verdad.

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