La llamada fiesta nacional vuelve a ser motivo de polémica. Más que por la respetable oposición de los animalistas, yo diría que por el interés incentivado de los separatistas. Resurge el abolicionismo al hilo de los festejos veraniegos en San Sebastián, en Baleares y aún en Gijón, donde hubo ayer una manifestación contra de la temporada en el Bibio.
Recordemos los antecedentes de Oviedo, donde la afición no creo que estuviera muy extendida, pero contaba con un núcleo férreo e influyente. Con el que acabó el buenismo a ultranza del entonces alcalde Antonio Masip, decisivo también para la prohibición del boxeo en el municipio. Ahora no se sabe qué hacer con la ruina del antiguo coso.
Los detractores de la fiesta, políticas aparte, ponen el acento en el padecimiento del animal. No se puede negar el alegato porque el toro de lidia es un mamífero superior y muy evolucionado cuyo sufrimiento, al decir de los expertos, es alucinante.
Sin duda, la lidia tiene mucho de crueldad hacia el toro y no poco de riesgo para el torero, como la historia demuestra y el último suceso mortal en la plaza de Teruel corrobora, tras una larga lista de lidiadores muertos y mutilados desde hace más de un siglo. Un moralista escrupuloso tendría que preguntarse si es éticamene aceptable divertirse con la tortura y muerte del animal, poniendo en riesgo la integridad e incluso la vida del torero.
"Si no les gusta, que no vayan", apuntaba ayer uno de los toreros. Es un argumento parcial. Se alegan a favor la economía, la tradición, la conservación de la especie, el arte, la españolidad? Y también la comparación con el necesario sacrificio de reseslpara la alimentación humana. Incluso, que el toro ha disfrutado de una vida regalada hasta el momento de la corrida. Razones válidas por parte y parte.
Pero es seguro que si fuera posible consultar al animal antes de la corrida encontraría el precio demasiado caro.
