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Eduardo Jordá

Marianne

Tras la muerte de la mujer que vivió varios años con Leonard Cohen y le inspiró la canción "So Long, Marianne"

Qué extrañas son las vidas que vivimos en las vidas de los demás. Un día, por una carretera rural irlandesa, iba escuchando en el coche una canción de Leonard Cohen. Paré el coche no sé dónde, buscando una dirección, y entonces vi en la carretera el cuerpo muerto de un tejón, junto a un muro de piedra, bajo un olmo enorme que casi no dejaba pasar la luz del sol. En el casete del coche no había cedés, en aquellos años sonaba "So Long, Marianne". Y aquella visión del tejón muerto, el olmo que ocupaba casi toda la carretera, ahora me resulta inseparable de la voz de Cohen cantando la despedida de una mujer: "Hasta pronto, Marianne, es hora de que empecemos / a reír y a llorar y a llorar y a reír otra vez".

Recuerdo que aquel día, en el coche, me pregunté si Marianne, la mujer noruega real que había inspirado la canción de Cohen, podía imaginar que su historia se había colado en las vidas de miles y miles de desconocidos que habían escuchado su canción, hasta el punto de que la vida de aquella mujer de la que no sabíamos casi nada se había fundido con la nuestra. Y ahora había docenas, cientos de cosas que nos unían, como aquel tejón muerto, como aquel olmo en una carretera rural, aunque no supiéramos nada el uno del otro, igual que la canción de Marianne hablaba de algo que no habíamos vivido pero que ya se había convertido en una parte sustancial de nuestra propia vida. Qué extrañas, sí, son las vidas que vivimos en las vidas de los demás.

Pienso esto mientras leo que ha muerto en Oslo Marianne Ihlen, la mujer que vivió varios años -cinco, seis- con Leonard Cohen y le inspiró "So Long, Marianne" y muchas canciones más. Un domingo por la tarde, hace muchos años, en la pequeña biblioteca que había en el Centro Pompidou de París, encontré un libro ilustrado con fotos de la vida de Leonard Cohen. En una de ellas, tomada en los años 60, Cohen caminaba cogido del brazo de Marianne. Cohen llevaba un traje oscuro (y una máquina de escribir portátil en la otra mano), y Marianne parecía sorprendida, alegremente sorprendida, de que la fotografiaran, como si no se creyera digna de despertar el interés de nadie, más allá de la colonia de artistas que vivían en la isla griega de Hidra, donde ella tenía una casa. Leonard Cohen la había conocido allí, en 1960 ("El dolor no puede poner en peligro esta luz", decía Cohen en uno de sus poemas sobre la isla), y en el libro de fotos se veían otras fotos más de Cohen y ella en la isla: subiendo en burro por la ladera escarpada de una montaña (los coches no estaban permitidos en Hidra), o comiendo en una taberna frente al mar. En otra foto se veía a Marianne, sola, en una habitación encalada de Hidra, frente a la máquina de escribir de Cohen. Esa era la foto que había salido en la contraportada de "Songs from a Room", el segundo disco de Cohen. La habitación del título, supongo, era esa habitación de Hidra: encalada, con pocos muebles y con una hermosa mujer sentada frente a una máquina de escribir que no era suya, sino del hombre que amaba.

Pasando las páginas de aquel álbum de fotos, uno sentía que había pocas vidas tan plenas y tan dignas de ser vividas como la de Leonard Cohen. Y de alguna manera, igual que decía el poema sobre la luz de Hidra, uno sentía o quería sentir que el dolor no podía poner en peligro aquella vida. Y eso se debía a aquella mujer, a Marianne, la que estaba en una taberna con él y en otra foto sostenía un bebé y en otra foto lo acompañaba a una recepción o a una fiesta en la que Cohen, extrañamente, se había presentado con una máquina de escribir en la mano, como para dejar muy claro a qué se dedicaba y qué clase de mundo era el suyo: un mundo en el que las palabras pudieran servir para evitar el dolor o para cantar la hermosura de una mujer como aquella mujer que iba a su lado.

En la canción de Marianne, Cohen hablaba de reír y llorar, de llorar y reír. Marianne contó hace pocos años que su vida con Cohen no fue nada fácil. Las mujeres le perseguían por todas partes y ella sufría mucho porque pensaba que no era suficiente para él (¿y si fuera al revés?, podríamos preguntarnos ahora). Cuando se separó de Cohen, Marianne Ihlen volvió a Noruega y vivió muchos años en el campo. En sus últimos días, cuando estaba muy enferma, alguien avisó a Cohen y éste se despidió de ella a través de una carta en Facebook. La carta no es gran cosa, pero eso es lo de menos. La verdadera despedida había ocurrido mucho tiempo antes. Y se llamaba "So Long, Marianne".

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