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Clave de sol

La victoria tiene precio

Una de las últimas satisfacciones que nos han dado nuestros olímpicos en Río de Janeiro, después de los éxitos de Mireia Belmonte y todos los demás, ha venido de la mano de esa jovencita de apariencia frágil que es la andaluza Carolina Marín por su oro en bádminton, un amago de tenis superactivado con una especie de pelota con alas.

Su breve biografía nos revela que Carolina iba para bailaora de flamenco, condición temperamental que se puede jurar predispuso la vivacidad que su deporte requiere. Según los cronistas, es la primera vez que una occidental rompe el poder asiático en esta modalidad deportiva.

Desde los elementales saberes deportivos del cronista, no deja de sorprender la serie de circunstancias curiosas que rodean el que pudiéramos llamar caso Carolina, seguro que similar a otros pero con muy particulares características.

Lo primero que llama la atención es el gran dinamismo de este deporte que parece exige una agilidad fuera de lo común, a menudo incentivada con gritos que supongo catárquicos. Aspecto que a la vez tiene mucho que ver con lo emotivo, como expresaron también las abundantes lágrimas de la joven deportista antes, durante y después.

El precio de estas grandes victorias de los deportistas punteros es sin dudar muy alto. La joven Carolina ha precisado un equipo de dos entrenadores, un maestro de control mental y un experto analista, junto a un riguroso programa de planes, estrategias y ejercicios. Por añadidura, gritos, llantos, emociones, miradas, gestos? Y siempre el más difícil todavía.

De Mireia Belmonte se puede decir algo parecido. La pregunta es si tanto trabajo, disciplina y afán de superación durante años para conseguir un trofeo deportivo merecen la pena. Carolina, Mireia y todos los demás nos demuestran que la respuesta es sí.

Está claro que nada de veras valioso se consigue sin esfuerzo.

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