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Profesor de Matemática Aplicada

Percentiles y medallas

La importancia de mejorar la política de promoción del deporte

Lo que separa el talento del éxito es el esfuerzo

Stephen King

Hace ya un tiempo aprendí que la línea que separa el conformismo de la mediocridad es muy, muy fina y en ocasiones ni se distingue y nos hace bascular a uno u otro lado del paraíso de la gloria. "¿Qué hay del otro lado del paraíso?", se dirán. Nada, solo vergüenza e improvisación. Los juegos olímpicos de Río han llegado a su fin, y su celebración parece ser haber sido obrada por el milagro, en un país como Brasil, sumergido en una crisis política y social, donde la chapuza, la corrupción y la improvisación están al orden del día. Competía España en estas Olimpiadas con la más amplia delegación de su historia, y rápidamente se vio, a las primeras de cambio, que no hay milagros, y que sería incluso pornográfico que después de la gran estafa que ha supuesto la crisis y posteriores ajustes que han tenido lugar en nuestro país desde 2008, se batiesen los récords en resultados y medallas. Sería el perfecto ejemplo del cuanto peor mejor, la caja de Pandora de la gestión política de Mortadelo y Filemón. Seguimos como en el tiempo de Ballesteros y Santana, fiando nuestros resultados al esfuerzo de algunos fuera de serie, y para de contar. Y la verdad que cuando se ve la figura del Ministro de Cultura, Educación y Deporte, Iñigo Méndez de Vigo y Montojo, y del Presidente del Comité Olímpico Español, Alejandro Blanco, se entienden muchas cosas. El otro día encendí la tele y vi a una persona con cara de enterrador que hablaba del programa de becas Podium. Comprendí que era el presidente de Telefónica vendiendo el programa de apoyo al deporte olímpico. Su publicidad es clara: "Eliges darlo todo. Nosotros elegimos apoyarte". Vistos los resultados, todo es realidad virtual, como la publicidad de Apuestas y Loterías del Estado, que cometió el error de realizar la publicidad antes del comienzo de los juegos, con la frase: "Gracias por permitirnos soñar". Lo siento mucho, a los Juegos Olímpicos no se va a soñar, ni tampoco a aprender, hay que ir soñado y aprendido. A los juegos se tiene que ir a competir, intentando ganar, y si no es mejor quedarse en casa y dejar las becas y los apoyos para otros que las merezcan más. Si como parece ser, lo que se pretende es ganar medallas y promocionar la depauperada "marca España", entonces hay que adoptar una política enfocada a su consecución, como se hizo en Barcelona (1992). Las medallas en los Juegos Olímpicos dependen mucho del dinero que se destina a soportar a nuestros mejores deportistas y a los equipos que los preparan, para que puedan dedicarse sin problemas a su labor, sin temer el presente, ni tampoco el futuro; dependen de la labor que realizan las diferentes federaciones en la promoción del deporte de base y del número de federados en las distintas disciplinas; y de la democracia interna en las diferentes federaciones, con presidentes que en algunos casos parecen ya haber nacido en el puesto y que se jubilarán en él.

Toda esta endogamia sempiterna crea un caldo de cultivo contrario a cualquier competitividad, dado que se genera un conjunto enfermizo de relaciones de docilidad-dependencia, en las que la sorpresa o la innovación son tan difíciles como encontrar una aguja en un pajar. Si como parece, en muchas disciplinas el número de practicantes no es tan elevado como en otros países de nuestro entorno, entonces habrá que dedicar muchos más esfuerzos económicos a la promoción del deporte base y a la detección temprana, educación y soporte económico de talentos, mejorando las instalaciones en colegios, institutos y universidades. Si el éxito es lo que se busca no podemos permitirnos perder talento en el camino por falta de apoyos. Coincidirán conmigo en que cuando se compara el grado de competitividad y profesionalidad de los deportistas americanos con los de nuestro país, salta a la vista, que en general parecen venir de otro planeta, porque trabajan con otros medios, aunque el papel de los nuestros sea en muchos casos meritorio. Incluso si nos comparamos con países muchos más pequeños que el nuestro, como Holanda, vemos que nos superan en el medallero. Si tenemos en cuenta que Holanda posee una población de alrededor de 17 millones de personas y casi una veintena de medallas, obtenemos una ratio de 1 medalla por millón. En el caso de Francia con 66,5 millones de personas esta ratio baja a una medalla por cada millón y medio. En el de España son necesarias más de 3 millones de personas para obtener lo mismo. ¿Creen ahora que nuestros responsables deportivos y políticos que se dan cita en estos eventos deberían estar satisfechos? Si todo ese dinero que se despilfarra en protocolo y que sale del erario público, se dedicase a la promoción y soporte del deporte, entonces otro gallo cantaría. Siempre ocurre lo mismo, incluso en la promoción empresarial o en la investigación académica: aquellos medios que deberían destinarse al objetivo primario, se desvían a objetivos secundarios o terciarios. Hay que introducir criterios de control, claridad y transparencia haciendo dimitir a aquellos responsables federativos que no proporcionen buenos resultados. Hay que endurecer los criterios de selección de los deportistas, aumentando la mínima a la mediana o al percentil que se considere en función de los competidores. Se evitarán así los ridículos y las eliminaciones a las primeras de cambio. La política de café para todos nunca es buena, y en disciplinas de alto rendimiento es inadecuada, porque lo que se busca es la excelencia de los percentiles superiores, y lo que estamos aportando es la comparsa. Finalmente, los deportistas tienen que viajar, trabajar y competir con los mejores. Es increíble que la primera vez que haya corrido un talento como Bruno Hortelano con Bolt sea en los Juegos Olímpicos. Y hay que buscar a los mejores entrenadores, a los más exigentes, sean de donde sean, estén donde estén. El éxito de Mireia no sería el mismo sin el ogro que la entrena. Nuestros mejores técnicos, muchas veces han sido vilipendiados o han tenido que emigrar. No les voy a recordar la historia de David Cal y Suso Morlán que terminó con la retirada del monstruo de Cangas de Morrazo, cuando solo faltaban 500 días para la celebración de los juegos de Río. Alejandro Blanco, uno de los ideólogos del café con leche en la plaza Mayor, ni se inmutó. No se le movieron ni las gafitas, porque tiene las espaldas bien cubiertas por otro inepto de mayor talla. El nuevo pupilo de Morlán, el brasileño Queiroz, ganó la primera medalla de piragüismo para Brasil. Morlán lo sacó de Ubaitaba, que en tupí guaraní, significa ciudad de las canoas. La endogamia en la gestión deportiva, c'est une tradition de père en fils, como el champagne en Francia, pero sin bodegas.

Cojan ahora todas estas lecciones y extrapólenlas a nuestras universidades y comprenderán porqué la de Oviedo no está entre las 500 mejores del ranking de Shanghái, y por qué no hay ninguna entre las 100 primeras. Compararnos con las universidades americanas, incluso de segunda fila, es una broma de muy mal gusto. ¡Y todavía puede ser peor, cuando se jubilen nuestros mejores medallistas! Todo es una historia de percentiles y de besugos. Y así olvidaremos la cantinela del casi, casi, que como siempre digo a mis alumnos cuando rozan el cinco, "Casi (mira) era la mujer de Bernardo", unos vecinos.

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