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La onomatopeya del mono

El pasado 21 de agosto, domingo, hacia las 7 menos 25 de la tarde, el estupendo delantero del Athletic de Bilbao Iñaki Williams realizaba una jugada harto inquietante para la defensa del Sporting gijonés, en las cercanías del fondo sur del estadio de El Molinón, contra la portería que la tradición llama "de Casa Aurora". El bilbaíno Iñaki Williams, descendiente de liberianos, tiene la piel negra, cualidad accidental que excitó la barbarie (no siempre latente) de unos cuantos sujetos de piel blanca situados en aquella grada, quienes comenzaron a comportarse como sus estragadas y escasas neuronas les dan a entender: imitando los chillidos del mono. El árbitro, el colegiado aragonés Carlos Clos Gómez, detuvo el encuentro, requirió la presencia del delegado sportinguista, Mario Cotelo, y pidió que se exigiese por la megafonía del campo el cese de tan bochornoso alboroto. Así se hizo, terminó la agresión vocinglera de tales mamarrachos, ganó el Sporting, se espera sanción y todos para casa. Hasta la próxima. Pero, al escribir el acta del partido, Clos Gómez se vio aquejado por un brote de esa enfermedad tan frecuente llamada "palabritis". Sentado al ordenador, el trencilla sufrió un virulento ataque de palabritis insuperable. Lo poseyó la palabritis. Y, siendo así las cosas, resumió lo sucedido del modo que sigue: "Insultos racistas: En el minuto 22 he detenido el partido durante 1 minuto debido a que desde uno de los fondos se profirieron sonidos imitando la onomatopeya del mono y dirigidos a Iñaki Williams". Al igual que el acné, la palabritis se disimula mal. Y no parece tener cura.

La palabritis es una inflamación del aparato verbal que ataca al ser humano cuando quiere aparentar fineza usando palabras o expresiones que considera muy cultas pero que, al emplearlas muy requetemal, acaban por resultar cómicas y por desvelar el intento fingidor del hablante o escribiente. La palabritis ha adquirido rango epidémico entre muchos políticos, aunque cada día se registran más casos de este mal en la gente del común. Rafael Hernando, portavoz del Grupo Parlamentario del PP, por ejemplo, sufrió un episodio de palabritis cuando sostuvo que "Podemos quiere arrimar el agua a su sardina" (y no el ascua). No obstante, también una señorita del pueblo llano colgaba en Facebook una entrada sentenciando que no se podía medir a todo el mundo "por el mismo brasero" (y no rasero). La palabritis se manifiesta, pues, como un mal democrático, al alcance de todos los públicos.

La onomatopeya es un proceso. Es la formación de una palabra por imitación del sonido de aquello que designa. Por ejemplo "guau" o "quiquiriquí" o "runrún" son onomatopeyas. Las ballenas cantan, los elefantes barritan, los pájaros trinan, los perros arrufan, regañan, aúllan o ladran (según), las ranas charlean, las gaviotas graznan? y así sucesivamente. Y los monos chillan. Si yo quiero imitar a un mono, chillo. Si quisiera crear la onomatopeya del chillido del mono, me inventaría una especie de chillido agudo y taladrante, un horror auditivo, algo así como "crijijchirrní" (Dios me perdone). Bien, pues ese espanto de "crijijchirrní" sería la onomatopeya que representaría el chillido del mono. Con lo cual, si yo imitase el chillar del mono haría "crijijchirrní". Pero si yo quisiese imitar la onomatopeya del mono lo que haría sería una imitación del dichoso "crijijchirrní", que ya sería imitar y quién sabe lo que saldría al imitar una imitación. En una palabra: que el señor Clos Gómez quiso escribir, sin duda, "se profirieron sonidos imitando los chillidos del mono" y no eso que escribió de "se profirieron sonidos imitando la onomatopeya del mono", cuando le sobrevino la palabritis y se dejó llevar por su acceso. Claro, "onomatopeya" cuenta seis sílabas, ahí es nada: ¿quién se resiste a soltar por la boca o a escribir un pedazo de palabra semejante, tan culta, tan larga? Pues al hacerlo, sale lo que sale: un sinsentido, una imitación fuera de lugar, como la de los imbéciles de la grada.

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