El Principado está dispuesto a aportar 600.000 euros para contratar a investigadores en el extranjero que deseen regresar. De la legión de asturianos valiosos trabajando fuera, ni uno solo estuvo interesado en la iniciativa. En el mundo interconectado de hoy, residir en un entorno periférico como Asturias no es obstáculo para producir saber. De hecho, algunos departamentos de la Universidad se mantienen en primera línea mundial desde sus laboratorios locales. ¿Qué falla entonces?

El Principado habla únicamente de falta de promoción, una explicación simplista, simplificadora e ingenua. Aceptarla supone asumir que la negligencia e ineficacia de la Administración llega a extremos groseros, como fallar en aspectos tan fáciles como la publicidad de alternativas sugestivas para los ciudadanos. Impulsamos buenos conceptos pero sin integración entre instituciones, apunta con mayor sentido el Rector. En Asturias, en éste y en otros campos, hay una tendencia innata a que cada cual haga la guerra por su cuenta. Los recelos mutuos acaban por dinamitar con frecuencia el intento cooperador.

Lanzar un plan de retorno de talento obliga a definir antes la apuesta de la comunidad autónoma por un modelo determinado de ciencia y tecnología. Existe un galimatías de programas. Están la estrategia de especialización inteligente, con sus líneas preferentes de atención a sectores clave; las partidas del Campus de Excelencia Internacional de la Universidad de Oviedo; el programa Clarín de subvenciones posdoctorales para perfeccionamiento (cuya convocatoria de 2015 nunca salió y continúa en riesgo de perder la aportación europea); las ayudas a la contratación de personal técnico; los planes para la incorporación de doctores en equipos punteros? Estos pocos suman bastante. La descoordinación y la ausencia de estrategia no permite alcanzar los resultados apetecidos.

Para que un propósito así triunfe precisa conquistar la confianza de los interesados con un proyecto claro. Muchos emigrados ya tienen su vida hecha fuera y una posición consolidada. Si no atisban unas mínimas perspectivas de estabilidad, dudarán a la hora de arriesgarse. El Gobierno regional no ofrece esas garantías por la volubilidad de sus criterios, los vaivenes administrativos y la racanería, mental más que monetaria. Asturias nunca realizó una apuesta seria por los centros tecnológicos y la ciencia. Cuando el dinero abundaba, faltaba organización. Ahora que existe interés en organizarse, faltan ideas y objetivos.

¿Quién está dispuesto a renunciar a una carretera o a un centro social para contratar a un científico? No existen, a la larga, euros más productivos que los desembolsados en conocimiento. Pero el día a día determina una realidad distinta. El capítulo del presupuesto para I+D+i mengua el primero cuando sopla la crisis. Cualquier niño de Primaria repite como papagayo la alineación de varios equipos de fútbol. A una mayoría de licenciados universitarios le resultará casi imposible recitar de carrerilla once científicos relevantes del momento. El sistema educativo y los palmeros sociales, que jalean a ídolos de barro y ríen con tolerancia sus desbarres, propician este desfase.

La Administración lamenta la escasa involucración de los empresarios. El sector privado figura a la cola del país en fondos para la innovación por la limitada capacidad de las empresas, de pequeño tamaño. Tampoco suplió la carencia desarrollando una tradición colaborativa entre compañías. Las del País Vasco, por ejemplo, aunque competidoras en múltiples frentes, se ayudan entre sí parar exportar o inventar. No hace falta estrujarse el cerebro para descubrir la piedra filosofal. Basta con imitar lo que funciona. A los retornados vascos y catalanes los derivan a centros de excelencia o a facultades con ofertas sólidas y atractivas a cambio de resultados. Los vascos discuten muchísimo y apechan con una enorme fractura social. Pero se ponen rápido de acuerdo en lo que inequívocamente beneficia al interés colectivo.

Repatriar a los sabios entraña otras cosas por delante de ofrecer buenos salarios. Es dar facilidades, en vez de levantar barreras burocráticas complejísimas, y generar complicidades. Carecemos aquí todavía de la disposición general para aceptar y alentar a los innovadores. Crear un grupo de especialistas consolidado y de relevancia internacional requiere una década; sin embargo para destruirlo bastan tres años: el tiempo justo para dejarlo morir de inanición al agotar todas sus fuentes de financiación competitivas.

Las regiones con éxito comparten un espíritu práctico que desconoce los peros, promueven tejidos industriales diversificados y premian la inversión en diferenciación. En pocas palabras: abonan la cultura que conecta la investigación con la empresa. Acoplan saber y mercado. Lograrlo depende antes que cualquier otra cuestión de una adecuada estructuración de los recursos -abundantes o escasos, los que haya disponibles- y de una actitud abierta al cambio. Lo demás, incluidas las discusiones del Parlamento regional de esta semana, son ganas de alimentar inútilmente un espectáculo anodino, por la cantidad de veces que ya lo hemos visto repetido para nada.

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