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El Rey ensaya

Cuando el entonces Príncipe Felipe tenía 15 años, el periodista Pedro J. Ramírez le preguntó si no le parecía raro tener que prepararse para ser rey. "Si lo coges bien desde pequeño, te vas acostumbrando". Y añadía: "Al decir rey, pienso en un monarca eficaz, digno de la confianza y el apoyo de todo el pueblo español". Pocos años después, estando en la academia militar de Zaragoza, un amigo le interrogó sobre idéntica cuestión: "Felipe, ¿es muy difícil ser rey?". Respondió: "Francamente, sí. Pero confío en estar a la altura de lo que esperan de mí todos los españoles".

Acceder por derecho y de forma hereditaria a la jefatura de Estado es per se profundamente antidemocrático. Pero ya no vivimos en tiempos de monarquías absolutas y, como decía en estas mismas páginas hace unos días el escritor italiano Claudio Magris, "Príncipe" de las Letras en 2014 y republicano convencido, la actual crisis que golpea al sistema tradicional de partidos en Occidente puede convertir la Monarquía en algo sumamente útil. Sobre todo si la soberanía, como es el caso de España, reside en el pueblo y en un Parlamento elegido democráticamente.

Asturias ha sido testigo del crecimiento y la evolución de Felipe de Borbón. Su primer discurso, con 13 años, lo pronunció en el teatro Campoamor de Oviedo con motivo de la entrega de los premios "Príncipe de Asturias". Desde entonces, con la excepción del año que estuvo estudiando en Canadá, no ha dejado de proclamar en sus discursos anuales el compromiso con los mejores valores y gentes de su tiempo, así como con España. Quienes le conocen destacan su carácter reflexivo y prudente, que ha vuelto a manifestarse en estos meses de agitación política. Frente a algunas voces que reclamaban una mayor presencia de la Corona en la cosa pública, él ha preferido mantenerse en un perfil bajo. "Borbonear" no parece lo suyo.

Como ha hecho en los últimos años, el pasado jueves, tras asistir al concierto y a la cena con los patronos de la Fundación Princesa de Asturias en Oviedo, Felipe VI, acompañado de un reducido equipo de la institución que concede los Premios, ensayó en el teatro Campoamor el discurso que pronunció ayer. El telepronter le jugó una mala pasada hace dos años y no le gusta dejar ningún detalle al azar. Sin mirar el reloj, bromeando en algún momento -tiene un gran sentido del humor-, pero sin olvidar su responsabilidad, el Rey trabajó hasta que todo quedó a punto para la ceremonia. Es un detalle, pero no baladí. Define su personalidad. El suyo es un oficio que se ejerce desde hace cinco siglos en la familia. Y, como dice Nuria Espert, le ha tocado un momento agitadísimo.

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