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Clave de sol

Siete lustros con historia ponen Asturias en el mapa

Recuerdos y reflexiones sobre los premios "Princesa"

Piensa el comentarista que en los primeros años de los que fueron premios "Príncipe" y hoy "Princesa de Asturias" hubo como una tendencia casi inevitable de imitar a los Nobel, tanto en sus objetivos como en su parafernalia. La organización trataba de establecer su verdadero estilo. Así nos parecía a los comentaristas.

"Hay que evitar a toda costa -escribíamos uno de aquellos años- que la noche de la entrega termine también con un baile de gala o algo parecido". Viejo anhelo, por otra parte, de la tradicional "buena sociedad" ovetense, tan proclive entonces a los rancios prejuicios sociales de antes de la guerra. El peligro fue conjurado para bien de todos y gracias a los padres fundadores: Sabino Fernández Campo, Graciano García y Pedro Masaveu. Sin olvidar al indispensable y gran experto en protocolo Felio Vilarrubias.

Riesgo que hubiera sido demoledor por nuestra antigua tendencia local hacia lo rosa: empezarían las puestas de largo y todo acabaría como un pastelón con "churretes de Sissi". Pese a todo, hubo jóvenes "debutantes", según el viejo argot local, y la "jet" suscitó incluso el fervoroso interés de algunos apóstoles de la causa obrera. Está escrito y ahora no me pregunten los detalles.

Para muchos, los premios fueron aquellos años (treinta y cinco han pasado desde su creación) una especie de Nobel bis, producto casi inevitable de lo que llamaríamos, en otro sentido, síndrome de Estocolmo con alguna licencia. Uno recomendaba entonces precisamente lo contrario, que sería cultivar un estilo y un ámbito más específicos.

Además de controlar, por otra parte, ciertas concesiones discutidas y discutibles como al correr de las sucesivas ediciones serían, a juicio del comentarista, los galardones otorgados a Ingrid Betancourt, Al Gore, Bob Dylan, Raúl Alfonsín, Lula da Silva o por duplicado a los futbolistas Xavi o Casillas, concesiones acaso determinadas por impulsos emocionales del momento.

Los jurados nos parecían entonces demasiado numerosos -lo cual tendría su intencionalidad- por la posible preponderancia de algunos grupos o tendencias y la escasa presencia femenina. Todo lo cual es revisable y el tiempo ha venido en cierto modo a corregir. Lo indudable es que los Premios han alcanzado ya una repercusión mundial y que, matices y deseables actualizaciones aparte, Oviedo y Asturias existen para muchos gracias al prestigio de sus galardones.

Racanear con los costos, boicotear ceremonias y poner en entredicho los Premios desde trasnochados prejuicios políticos por su vinculación monárquica resulta a estas alturas como tirar piedras al propio tejado. Mas si algún día desapareciera la monarquía, la incógnita a despejar sería si Asturias podría seguir invocando su antiguo Principado. Porque no olvidemos que los galardones surgieron como un apoyo a la Corona.

En cualquier caso, siempre puede tener sentido una fértil iniciativa que ha puesto a nuestra Asturias en el mapa. Nada hay definitivamente perdurable en este mundo que no sea adaptable a nuevas circunstancias.

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