Es posible que algún productor televisivo de Tele5 o la Sexta haya tenido la idea de montar un "Gran Hermano" con militantes de partidos políticos. No sé si ese proyecto ha existido alguna vez, pero me imagino que tendría mucho éxito, al menos en las primeras ediciones, y sobre todo si durase el ambiente de intoxicación ideológica que ahora mismo vivimos. En las ediciones actuales, los participantes gritan y se insultan de lo lindo aunque tan sólo son criaturas anónimas que quieren buscarse un hueco en la televisión. Y si esto ocurre ahora con simples aficionados, ¿hasta dónde llegarían las cosas si lo que se discutiera en "la casa", aparte de quién va a fregar los platos o quién no ha tirado de la cadena del váter, fuesen cuestiones como el neoliberalismo y los recortes y la corrupción, o bien la demagogia y Venezuela y la unidad de España? Al final, tras una semana de convivencia, tal vez tendrían que intervenir los antidisturbios para evitar que "la casa" se convirtiera en otra versión sangrienta de la España del 36.

O no. Porque quizá no llegase a pasar nada de eso, sino justo lo contrario. Todos sabemos que los productores de los realities eligen a sus personajes en un casting que busca las características personales que den más juego dentro del programa. Y al final siempre escogen a los candidatos más proclives a los enfrentamientos y a los gritos y a las situaciones embarazosas o llamativas ("impactantes", dirían los guionistas). Si los aspirantes se eligieran con arreglo a un casting así, el reality con militantes de diversos partidos acabaría sin duda en un enfrentamiento a palos, porque sería imposible que la podemita con el pelo cortado a lo batasuno pudiera convivir más de dos días con el venerable pepero que lleva un pijama con la bandera de España. Y por la misma razón, también sería muy difícil la convivencia de una señora devota de los Morancos y de Felipe González con uno de esos pulcros "naranjitos" de Ciudadanos que duermen con la corbata puesta (o los tacones de aguja, si son chicas). Y no hablemos ya si intervinieran uno o dos independentistas de esos que en el fondo son poetas líricos frustrados, como el docto Rufián. La guerra de Troya no sería nada al lado de lo que podría ocurrir en ese programa. Pero no conviene olvidar que todos esos personajes vienen a ser una representación platónica del militante político. Reúnen las características más exageradas y más estridentes, y por lo tanto son una caricatura antes que un personaje real. En realidad son una minoría, muy gritona, sí, pero minoría al fin y al cabo.

Y justo por eso, podría pasar una cosa muy distinta si ese programa se hiciera, pero no con militantes cuidadosamente seleccionados en un casting, sino elegidos al azar entre todos los inscritos en un partido. Y en este caso podríamos llevarnos muchas sorpresas. Porque la mayoría de los militantes no son destilados ideológicos fabricados en un laboratorio, sino personas de carne y hueso que tienen un carácter y una personalidad y una educación, y sí, también unas ideas, aunque más bien en segundo término. Y para las cuestiones de convivencia, y más en un espacio cerrado y durante mucho tiempo, es mucho más importante el talante y la forma de ser que la ideología. En realidad, la ideología es lo de menos porque lo que cuenta es todo lo demás. Que alguien sea comprensivo o no, decente o no, irritable o no, flexible o no: todo eso es mucho más importante que las ideas que uno pueda tener sobre la globalización o el capitalismo (o la unidad de España). Y en el fondo, el humor, la inteligencia, la mano izquierda, la buena educación y todas esas cualidades que apenas se tienen en cuenta cuando se habla de ideologías y programas políticos resultan mucho más determinantes que las opiniones y las ideas. Es así de simple, de modo que ese programa hipotético podría terminar dándonos un buen chasco. Y la persona que representara al bando conservador quizá acabase llevándose muy bien con la persona de ideología podemita, y en cambio no pudiera soportar al representante de Ciudadanos, tal como estipula la sociología electoral. Y el de Ciudadanos tal vez se llevase mejor con el independentista que con cualquier otro, y el del PSOE con el de un partido que estuviese en las antípodas ideológicas. Pudiera ser. O casi seguro que sería así.

Se le da demasiada importancia a la idea prefabricada del militante la idea platónica, el arquetipo, la caricatura y eso ha determinado nuestra vida política desde hace al menos dos décadas. En realidad, nuestra vida política se ha convertido en una casa de "Gran Hermano" en la que todo el mundo grita y se pelea y sobreactúa, con la vaga esperanza de conseguir el voto de una audiencia que quizá no se parezca en nada a la idea que los protagonistas se han inventado. Las líneas rojas, los "noes" cargados de aspavientos y muecas y mala declamación, la retórica, las proclamas seudorrevolucionarias como ésa de "rodear el Congreso", todo eso no obedece más que a la pésima teatralización de la vida política. Los ciudadanos nos merecemos otra cosa. No aspiramos a una tragedia de Shakespeare, claro, pero al menos a una buena comedia de Cary Grant. O incluso nos conformaríamos con una de López Vázquez y Gracita Morales, que no es mucho pedir.