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Qué manía la de trabajar

Anuncia el Gobierno en funciones que permitirá el trabajo a los jubilados sin comerles la mitad de la pensión, como ahora sucede. La noticia no sería tal en Alemania, Reino Unido, Francia, Italia o, por ir más cerca, el vecino Portugal: países todos ellos en los que cualquier pensionista puede trabajar si así lo quiere y encuentra quien contrate sus servicios. Aquí es una propuesta casi revolucionaria que ha hecho torcer el gesto a los sindicatos.

Temen los sindicalistas que los jubiletas les quiten la faena a los jóvenes; pero en esto, como en tantas otras cosas, llegan tarde. Tal idea ya se les había ocurrido a los gobiernos -de derecha e izquierda- que años atrás favorecieron en España planes masivos de prejubilaciones con el propósito de abrir hueco en el mercado laboral a los chavales en busca de empleo.

Naturalmente, los rapaces siguieron sin encontrar trabajo salvo en el caso de los mejor formados; y a cambio, los contribuyentes tuvieron que cargar con los costes de jubilación anticipada de decenas de miles de trabajadores a quienes se envió al retiro con cincuenta y tantos años.

Lo único que se consiguió es que la Seguridad Social dejase de percibir las cotizaciones de los currantes forzados a mirar obras y jugar al dominó, a la vez que las arcas públicas asumían toda una marea de jubilados prematuros. Y aún ahora hay quien se pregunta por qué va mermando cada año la hucha de las pensiones.

Los gobernantes acabaron por caer en la cuenta de que las prejubilaciones eran un pésimo negocio para todos, empezando por los supuestos beneficiarios. Y como son gente que igual que te dice una cosa, te dice la otra, decidieron enmendar el error por el contradictorio método de alargar la edad de jubilación hasta los sesenta y siete años.

Con poco más de 17 millones de cotizantes, la Seguridad Social tiene graves dificultades para sostenerse. La solución, obviamente, depende de una mejora de la situación económica que eleve el número de paisanos con nómina y, en consecuencia, el de los que aportan cotizaciones a la caja común; pero eso lleva tiempo.

Tal vez sea esa la razón por la que la ministra Fátima Báñez, devota de la Virgen del Rocío pero también de actuaciones más terrenales, ha anunciado una medida de mero sentido común que, por otra parte, ya rige en casi todos los países de Europa. No es que los jubilados vayan a contribuir gran cosa a engordar las arcas del Estado si finalmente les dejan trabajar y cobrar su pensión; pero algo ayudarán y tampoco es que perjudiquen a nadie.

Más aún, la apertura del mercado laboral a los pensionistas -sin merma de su paga de retiro- será una exigencia imprescindible a medida que el importe de las pensiones vaya bajando, como sugiere el rápido envejecimiento de la población.

Si el Estado no puede garantizar una paga de vejez que permita la subsistencia, parece lógico que al menos dé facilidades a los jubilados para que se busquen la vida con ingresos adicionales.

A los sindicatos, empeñados en prohibirles la faena a los viejos, les va a costar un montón explicar por qué las rentas del capital inmobiliario son compatibles con una pensión y, en cambio, no deben serlo en modo alguno las rentas del trabajo. Igual nos quieren quitar a todos la manía de currar, tan dañina para la salud. Quién sabe.

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