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Mezclilla

Carmen Gómez Ojea

Polvo y cenizas

Sobre los reparos de la Iglesia católica a la cremación de los muertos

La Congregación para la Doctrina de la Fe Católica, por boca de su prefecto, el cardenal Gerhard Müller, habló de algo que pronunciar y escribir después de Auschwitz y de los campos de la muerte nazis estremece y duele como es la palabra cremación, que hace recordar a los miles de personas de todas las edades que salieron de esos lugares de exterminio convertidas en humo por las chimeneas de los hornos, donde se quemaban sus cadáveres tras haber pasado por las cámaras de gas.

Pero ese príncipe de la Iglesia no se refería, claro está, a ese bárbaro, macabro e imperdonable suceso, sino a que en la actualidad los cuerpos de los difuntos son cada vez menos inhumados, siendo la mayoría de ellos incinerados y, si bien no se condena la cremación, se recomienda encarecidamente la inhumación, puesto que es la forma más idónea para expresar la fe y la esperanza en la resurrección corporal; por otro lado advierte muy seriamente que esa moda de echar a volar las cenizas o arrojarlas al mar o llevarlas a casa en un ánfora funeraria para colocarla, por ejemplo, en el revellín de la chimenea del cuarto de estar, está del todo prohibida, para que los fieles cristianos no pierdan la conciencia de su dignidad. Y, por su parte, el Secretario de la Comisión Teológica Internacional aseveró algo muy extravagante, como que la cremación no es algo natural, mientras que sí lo es la sepultura en la tierra, porque en la primera interviene la técnica del fuego, olvidando que se trata de una técnica prehistórica y nada sobrenatural ni diabólica que utilizaron todos los pueblos primitivos cuando dejaron de comer la carne de sus muertos. Parece ser que ese grupo de patriarcas católicos pertenecientes a la Congregación de la Fe, que exigen que las cenizas resultantes del paso de los cadáveres por el crematorio sean enterradas en un lugar sacro, olvidan que todos los lugares son santos, porque Dios es omnipresente y está en todas partes. Y defienden de forma incomprensible que es más grato al cielo que los cuerpos se descompongan lentamente debido, en parte, al trabajo de la mosca azul de la carne y se transformen despacio en polvo, según se recuerda en la misa del miércoles en el que se bendicen las cenizas de las palmas y ramos bendecidos el domingo anterior y se las imponen a los fieles con el recordatorio de que son polvo y en polvo se han de convertir.

Pero no puedo ni quiero morderme la lengua ni tampoco consentir que las manos se me entorpezcan para no decir y escribir algo que clama desde lo más profundo de muchos corazones al cielo, como es que la Congregación ponga tantos reparos a la cremación de los muertos, cuando su antepasada la Santa Inquisición o Tribunal del Santo Oficio quemaba a los vivos, siendo los últimos ajusticiados no hace tanto tiempo la beata sevillana Dolores López por hereje al afirmar que hablaba con el Niño Jesús al que apodaba el "Tiñosito", y también mantenía charlas con su ángel de la guarda, como hace hoy con el suyo, llamado Marcelo, el ministro Fernández Díaz, al que entonces, igual que a ella, le darían garrote, echarían su cuerpo al quemadero situado en el Prado de San Sebastián y esparcerían las cenizas por el suelo. Pero no fue la última víctima de los inquisidores esa mujer, pues el maestro de escuela valenciano Cayetano Ripoll fue ahorcado y quemado en 1826, aunque se azucara el espeluznante castigo por herejía contando la mentira de que metieron su cadáver en un tonel con unas llamas rojas pintadas que tiraron al río.

Además los arcontes de la Iglesia católica deberían preocuparse de que los huesos de los fusilados y víctimas de la guerra, hacinados en pozos y fosas comunes, se les entreguen a sus familias para que los entierren como ellas dispongan; y también esos jerarcas deberían tener en cuenta que no todos sus fieles tienen el suficiente dinero para pagar inhumaciones en cementerios.

Acaba de comenzar noviembre, cuando sus hijos, según canta Jacques Brel, nos devuelven a mayo, sin duda porque es posible que en estas fechas vivamos el calor de un veranillo de San Martín; y acaba de empezar este mes de los difuntos y muchas personas, aquí, en Gijón y en Asturias, nos condolemos estos días porque la Dama de la guadaña se haya llevado al baile de la danza de la muerte a Marial, María Elvira Muñiz; pero ella, una enamorada de "mi don Jorge", como llamaba a Jorge Manrique, cumplió las últimas palabras de las coplas que el poeta dedica a su padre, pues Marial

"dio el alma a quien se la dio

(el cual la ponga en el cielo, en su gloria) que aunque la vida perdió

dexonos harto consuelo su memoria".

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