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LNE FRANCISO GARCIA

El gobierno de los idiotas

La creciente tendencia a ejercer el voto desentendiéndose de los intereses generales y pensando sólo en los propios

Si Gonzalo Torrente Ballester viviera aún hoy, y si fuera elector en Estados Unidos, país en el que ejerció como profesor universitario, hubiera votado sin duda a Hillary Clinton. Y sin embargo su sufragio no habría servido para nada.

Decía Torrente que el americano medio es poco inteligente, que cuando él vivió allí había un vecino que todos los días izaba la bandera de barras y estrellas y los hijos la saludaban marciales y cantaban. Y había otros que eran maníacos del cuidado del césped.

Al escritor gallego que nunca encontró un piso adecuado a sus posibilidades, pues o metía los libros o metía a los hijos, ya que juntos no cabían, no le habría sorprendido hoy que la señora Clinton ganara las elecciones a Trump, el trampero tramposo; después de todo, consideraba que Estados Unidos, como su Galicia natal, es un país donde mandan las mujeres. Torrente pensaba que los hombres son muy inferiores a ellas. Pero de esa evidencia no se han dado cuenta los ciudadanos más torpes del mundo...

Los intelectuales españoles en el exilio norteamericano, como Luis Cernuda, Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas? nunca se adaptaron al "american way of life", que se basa en el individualismo, el pragmatismo y la fe ciega en el progreso. En una carta americana de Jorge Guillén a Américo Castro, el poeta decía que los españoles "nunca creeremos con tal ingenuidad en el progreso, ni en el 'success' como clave de la existencia, ni en un estilo de negocio, 'business-like'. No pondremos los pies en la mesa, si no es por afectación; no nos quitaremos la chaqueta en cuanto lleguemos a casa; durante las comidas no tomaremos café desde el principio. No tenemos coche; tenemos radio, pero no creemos en ella; no asistimos a partidos de baseball; apenas oímos jazz; apenas bebemos whisky. ¿Qué plenitud habrá en este borde? No compartimos lecho con la hermosa indígena?".

Decía mi abuelo que hay que tener mucho cuidado con los idiotas, que cada vez son más y hasta ponen con sus votos presidentes. Tal vez el abuelo lo desconocía, pero en sentido etimológico llamar idiota a alguien no es un insulto. En la Grecia clásica, idiota era aquél que se preocupaba solo de sus intereses privados y particulares, sin prestar atención a los asuntos públicos. Si en la antigüedad democrática era deshonroso no participar en la cosa pública, en la actualidad parece que lo habitual es lo contrario: desentenderse de lo general y votar solo con miras en lo particular, en lo que afecta al bolsillo y a los intereses de cada cual. Tal vez por eso ha ganado Trump, un tipo misógino, racista, violento en el lenguaje, heterodoxo y populista que no tendría futuro fuera de la carpa de un circo.

Una vez más han vuelto a equivocarse los sesudos analistas y las encuestas. Ocurre que a la gente, en cualquier país, le da ahora por votar lo contrario a lo políticamente correcto. Se avecinan tiempos duros para el "establishment": triunfo contra pronóstico de Trump y del "Brexit"; negativa del pueblo colombiano al acuerdo de paz del Gobierno y la guerrilla? Átense los machos los defensores del actual estado de cosas, que se vislumbran en el horizonte elecciones en Francia bajo la amenaza creciente del Frente Nacional al tiempo que se augura la pérdida de poder de Merkel en Alemania. Tal vez ha llegado el momento de "desidiotizarse", de retornar a los clásicos y a sus academias de ciudadanos.

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