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La descendencia cristiana de Amaterasu

Según los relatos cosmogónicos sintoístas que se hallan en las "Crónicas de los hechos antiguos de Japón", en el principio era el caos. De él surgió una deidad "kami", a la que siguieron varias generaciones de divinidades individuales. A la séptima, pertenecen el dios Izanagui y la diosa Izanami, creadores de las islas japonesas. Al dar a luz al dios del fuego, Izanami se abrasó, murió y descendió a los infiernos, adonde fue a buscarla su esposo Izanagui. Ella le hizo prometer que no la miraría hasta que no hubieran salido de las regiones subterráneas, pero el amante marido no puedo contenerse, volvió la vista hacia ella y contempló con horror su cadáver descompuesto.

Izanami, contrariada, lo persiguió enfurecida, pero él logró escapar y sellar la entrada del averno con una piedra enorme. Fuera ya del reino de los muertos, Izanagui se purificó en las aguas de un río. Al enjuagar el ojo izquierdo, nació Amaterasu, diosa del sol; de la nariz, Susanoo, dios del viento; al enjuagar el ojo derecho, Tsukiyomi, dios de la luna. Izanagui les dio, por ese orden, poder sobre el cielo, el mar y la noche.

Susanoo deseaba conocer a Izanami. Tanto insistió que Izanagui se lo permitió. El dios del viento quiso, antes de adentrarse en el abismo, ir al cielo para despedirse de su hermana Amaterasu. Pero en las planicies celestiales, Susanoo dio rienda suelta a su carácter violento: destruyó los diques de los campos de arroz, mancilló la cámara sagrada, arrojó un potro desollado en la sala de los telares y una hilandera, que, asustada, cayó sobre la aguja, murió. Amaterasu, aterrorizada, se refugió en la gruta celeste y el mundo se sumió en una oscuridad absoluta.

Para hacerla salir del escondite, los dioses organizaron una fiesta. Plantaron un árbol sakaki delante de la gruta y en sus ramas colgaron joyas sagradas. A la diosa Uzume, fundadora del teatro noh, se le ocurrió ponerse a taconear encima de un cubo de madera. Con tal frenesí que cayó en trance. Y empezó a desnudarse. Viéndola, los dioses se desternillaban de risa, daban vivas y aplausos. Amaterasu, al oír la algarabía, se asomó a la entrada de la gruta. Al verse en el espejo que una deidad le puso delante, quedó desconcertada, y, tirando fuertemente de ella, un dios musculoso la sacó de la cueva. Otro se ocupó de impedir que volviera a entrar. Y la luz brilló de nuevo sobre el mundo.

De la prole de Amaterasu desciende Jinmu, el primer emperador (ten'no) de Japón, y, de él, todos los que han reinado hasta el presente. El actual, Akihito, pertenece, pues, a una familia que se sienta en el trono del Crisantemo desde el siglo VII antes de Cristo. En 1959 contrajo matrimonio con Shoda Michiko, graduada en Literatura inglesa, aficionada al tenis e hija del presidente de la compañía harinera Nisshin Seifun. La familia Shoda, que era católica, procuró que la escolarización de Michiko tuviera lugar en instituciones también católicas: primero, en la elemental de Futaba; después, en la Universidad del Sagrado Corazón, a la que Michiko representó en Bruselas, en 1958, en un encuentro de universidades católicas.

Cuando el Consejo de la Casa Imperial fue convocado para anunciar el compromiso del príncipe heredero con la hija de Shoda Hidesaburo, el Primer Ministro, Kishi Nobusuke, preguntó: "¿De qué religión es Michiko? He oído que la familia Shoda es católica y que Michiko se graduó en la Universidad del Sagrado Corazón. Siendo la religión de la familia imperial el sintoísmo, ¿supondría todo esto algún problema?". A lo que se le respondió: "Es cierto que Michiko se graduó en la Universidad que Usted ha mencionado, pero no está bautizada. No existe, por tanto, ningún inconveniente". Y se dio el visto bueno al matrimonio. Aunque todo el mundo se extrañó de que, siendo de familia confesante católica, no hubiese recibido el bautismo.

Desde finales del siglo XIX hasta hoy, la Casa Imperial nipona ha mantenido estrechísima relación con el Cristianismo, y no han sido infrecuentes, en ella, los matrimonios mixtos, las conversiones manifiestas, los bautismos sin publicidad y la afinidad intelectual con el pensamiento cristiano. Esta última es la que ha mantenido durante décadas el príncipe Takahito Mikasa, hijo, hermano y tío de emperadores. Murió a finales de octubre, pero sus honras fúnebres tuvieron lugar el pasado 4 de noviembre. Tenía cien años y ocupaba el quinto puesto en la línea de sucesión al trono.

El príncipe Mikasa fue oficial en China durante la Segunda Guerra Mundial. En un relato autobiográfico que escribió con el título "Historia del Antiguo Oriente y yo" confesó que, estando en aquel país, tuvo ocasión de comprobar que, en los lugares más remotos y pobres, había misioneros cristianos, procedentes de naciones lejanas, que, habiéndolo dejado todo, se fueron a vivir y a servir con total desprendimiento de sí a los pobladores de las aldeas recónditas de China. En cambio, los japoneses sólo buscaban, en aquellas tierras, su propio beneficio y velaban nada más que por sus intereses particulares.

Cuando Takahito regresó a Japón se consagró al estudio de los orígenes del Cristianismo, al contexto judío en el que surgió, a los libros del Antiguo Testamento y a las culturas y lenguas del Próximo y Medio Oriente. Coordinó y publicó trabajos de investigación sobre Anatolia en los tres milenios anteriores a Cristo y las civilizaciones circundantes, la tradiciones reales y religiosas del Próximo Oriente Antiguo, y las relaciones culturales y económicas entre Oriente y Occidente a través de las rutas marítimas. Impulsó la creación de la Sociedad Japonesa de Estudios del Próximo Oriente y del Centro de Cultura del Medio Oriente. Patrocinó campañas arqueológicas en Iraq, Irán y Egipto e impartió cursos sobre todas estas materias en la Universidad Nacional de Artes de Tokio y en la Universidad de Mujeres Cristianas, también de Tokio.

El currículum intelectual del príncipe Mikasa es espectacular, pero el del emperador Ahihito no le va a la zaga en ictiología, ni tampoco el del príncipe Hitachi, hermano del emperador, en oncología. Y es que, en Japón, fe religiosa, política y ciencia, pueden converger en grado eminente en una misma persona, y no son socialmente inconciliables, como en tantas ocasiones sucede en Occidente, el que, por otra parte, va en pos de la espiritualidad que anhela hasta lugares extremos del Oriente, en donde descendientes de la diosa del sol, Amaterasu, han reconocido la Luz inextinguible que antecede a los siglos en las tradiciones ancestrales y en los escritos sagrados de los pueblos que han habitado en las regiones comprendidas entre los mares Mediterráneo, Negro, Caspio y Rojo, y que han sido el humus en el que floreció la Biblia y el espacio en el que brilló Aquel que es el Sol nacido de lo alto y que dijo de sí mismo: "Yo soy la Luz del mundo".

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