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Chus Neira

Modelo para armar

Sin ir más atrás, lo que esta ciudad pretendió ser en los últimos cuarenta años cabe, casi, en tres eslóganes. El "ven a Oviedo y sal... si puedes" de Masip era pura cultura de la transición, como se dice. El equivalente local al "todos al loro" de Tierno. No existía el Xixón Sound y la movida estaba en el Antiguo. El Oviedo de la movida, que arrastraba la inercia motora bohemia de los setenta, vendía modernidad y cultura. No hubo mejores encuentros literarios ni festivales de jazz como aquellos.

El "Oviedo está hecho" de los últimos años del gabinismo hablaba de una ciudad modelada a imagen y semejanza de sus gustos, y vale también la traducción que hizo Woody Allen a la mentalidad neoyorquina: "Una ciudad de cuentos de hadas". Fue el Oviedo de las mil y una escobas de oro, las farolas isabelinas, las peatonalizaciones, la zarzuela y Arturo Fernández de maestro de ceremonias. La modernidad se volatilizó y la idea de detener el tiempo dentro de una caja de moscovitas creó la ilusión del "turismo congresual". Tanta fe se depositó en aquel modelo que hasta se llamó al mejor arquitecto del reino para que levantara un palacio al que deberían peregrinar legiones de médicos cirujanos con la cartera llena y una acreditación en la solapa.

Caunedo dijo que "Oviedo es sexy" y lo quiso pintar de naranja. Había un Silicon Valley en Ventanielles y un vivero de empresas para cada barrio en la cabeza de aquel alcalde. Luego hay cosas que ni se inventaron ni cambiaron. Como la ópera. La afición musical. La condición de ciudad literaria.

Todos tuvieron un sueño, porque sin industria ni motor turístico que empate con una playa en verano, la ciudad necesita un modelo. Por eso la gran incógnita, ahora, en el Oviedo del tripartito, no es tanto lo que se quita y de dónde, sino, lo que se pone y en qué lugar. ¿Cuál es el eslogan? ¿De qué estamos hablando? Desarmar es lícito, pero el volumen de piezas ya no cabe ni en el Lego factory del Calatrava. Empiecen a jugar, por favor.

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