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De Aquí A Lima

Contra la posverdad, educación

La formación y los modales como herramientas contra el populismo de una era en la que lo que aparenta ser verdad es, en ocasiones, más importante que la realidad

El Diccionario Oxford ha elegido "posverdad" como palabra del año 2016. Post-truth, en inglés, es un término que se ha venido empleando con escasa fortuna desde hace una década, pero que en los últimos meses ha cobrado vigor, actualidad y significado por acontecimientos como el Brexit o la elección de Trump. Este año se ha empleado el término un dos mil por ciento más que el año pasado, según el tribunal de Oxford que eligió la palabreja.

Posverdad denota aquellas circunstancias en las que los hechos objetivos (la verdad) influyen menos en la formación de la opinión pública que la apelación a las emociones o las creencias personales. El término define una era, nuestra era, en la que aquello que aparenta ser verdad es, en ocasiones, más importante que la propia verdad.

Aunque la Ortografía académica recomienda escribir el término en castellano en una sola palabra y sin "t", el vocablo es hijo del prefijo "post-", que le confiere el sentido de "después de". Pero en este caso, como sucede con otros casos como "posindustrial", le añade la idea de que lo que queda atrás deja de ser relevante porque está superado; en el caso industrial, por ejemplo, por la tecnología. Que nos lo cuenten en Asturias.

Esta situación se presenta como irreversible. Así lo sintetizaron en un tuit desde el diario The Independent la mañana de las convulsas elecciones americanas: "gane quien gane, hemos entrado en la era de la posverdad y ya no hay marcha atrás".

Haya una palabra o no para definir este comportamiento humano, lo cierto es que cada vez cuesta más trabajo hacer aflorar la confianza en los hechos objetivos por encima de la militancia de las vísceras, el populismo y la demagogia. De un tiempo a esta parte, la verdad se pone demasiado a menudo del lado de quien es más estridente o extravagante en sus proclamas, o de quienes son capaces de generar confianza con afirmaciones que parecen ciertas, pero que casi nunca se apoyan en la realidad. Quizá es que, como dijo Talleyrand, el lenguaje se inventara para ocultar el pensamiento.

Los asturianos, seguramente por nuestra condición de periféricos y semiaislados, hemos tenido siempre cierta tendencia a dejarnos engatusar por vendedores de crecepelo y a obnubilarnos ante discursos pomposos. Es una característica común a otras regiones del norte. Galicia podría ser un ejemplo. Allí se desarrolla la trama de las "Divinas palabras" que Valle Inclán escribió en 1920. Al final de la obra, el siniestro sacristán Pedro Gailo salva a su adúltera esposa del linchamiento y la muerte pronunciando unas palabras en latín: "quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra". Los aldeanos perciben la cita, que por supuesto no entienden, como si la hubiese pronunciado el mismo Dios.

La posverdad solo puede combatirse con educación. La cultura confiere la libertad y ahuyenta el engaño. En una sociedad democrática cualquiera puede apoyar una causa si está de acuerdo con sus planteamientos, pero antes ha de tener la capacidad de distinguir si aquello tras lo que camina es gato o es liebre.

Y en la educación y la formación del individuo huelga decir que juega un papel fundamental la enseñanza. Es cierto que los métodos han evolucionado poco. Pensemos en cómo ha cambiado en el último medio siglo la comunicación y cómo lo ha hecho el método de enseñanza. Pero resulta inaudita la campaña de desprestigio de la labor profesional docente a la que asistimos.

Los hijos están sobreprotegidos y los padres estamos empeñados en decirles a los profesores lo que tienen que hacer y cómo hacerlo. Lo último ha sido la campaña liderada por la confederación de padres de alumnos (CEAPA) promoviendo una huelga de deberes. Asturias, como siempre que se trata de hacer huelga, ha estado entre las regiones más combativas. Todos hemos tenido buenos y malos profesores. Ni la enseñanza pública ni la privada garantizan lo uno o lo otro. Lo hacen el oficio y la dedicación de los docentes. Y el alumnado debe contribuir con el respeto y el esfuerzo. No es buen camino cuestionar la labor ni los métodos de los profesores ante los hijos, y mucho menos hacer bandera de las discrepancias con populismo fácil y regodearse en el éxito de la iniciativa. También conseguiríamos que centenares se pusiesen detrás de la pancarta si prometiésemos una semana lectiva de tres días, y no parece compatible con ofrecer una buena enseñanza.

Hay una parte de la educación, tan importante como la anterior, que se aprende en casa. La de los valores como el respeto, la responsabilidad o la igualdad. Y también la de los modales. Jugar con la tableta mientras interviene el jefe del Estado, quedarse sentado en el escaño cuando el Rey entra en el hemiciclo o finaliza su intervención son actitudes que contribuyen escasamente a inculcar esa educación en el respeto.

El desencanto y distanciamiento de los ciudadanos con la vida política al que Felipe VI aludió en su discurso de inicio de la XII legislatura parlamentaria tiene también que ver con actitudes como las exhibidas en el Congreso. Mientras el Rey señalaba el camino de "la reconciliación, la paz y el perdón; el de la desaparición para siempre del odio, la violencia y la imposición", un grupo de parlamentarios utilizaba el lenguaje gestual para lo contrario y lo hacía valiéndose del respeto de aquellos a quienes despreciaban.

Uno de los términos finalistas junto a posverdad en la selección del Diccionario Oxford fue "glass-cliff", acantilado de cristal. Un vocablo que se utiliza en inglés como referencia a una situación en la cual un grupo minoritario asciende a una posición de liderazgo en situaciones desafiantes. Y una vez allí, el riesgo de fracaso es muy alto.

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